"Las ideas son menos interesantes que los seres humanos que las inventan" FranÇois Truffaut

miércoles, diciembre 22, 2004

Defendamos a los blasfemos

La portada de The Independent de ayer estaba dedicada íntegramente a una obra de teatro, Behzti, que significa "deshonor". Su autora es la actriz y dramaturga Gurpreet Kaur Bhatti. “AN OFFENSIVE ACT?” titulaba el periódico, que en su portada y páginas interiores transcribía el acto que ha provocado la urticaria en la sensibilidad exquisita de los fanáticos, en este caso dentro de la comunidad sij. El Birmingham Repertory Theatre ha cancelado la representación de dicha obra de teatro, en la que se relataba una violación y asesinato en el interior de un templo sij. Pero el acto infame no es naturalmente la obra de teatro, sino la cancelación de la misma debido a los actos violentos que los fanáticos sijs han realizado.

Contra lo que defienden los liberales ingenuos la libertad no es algo que crece del aire, y mucho menos algo que se pueda mantener sin condiciones. Hace falta un marco legal bien definido, riguroso, estable y poderoso. El Estado, el monopolio legítimo de la fuerza, es el principal garante de la posibilidad de que la libertad pueda desarrollarse. Tanto por defecto, como por exceso, es el Estado el principal responsable de que el libertacidio siga siendo una constante en la mayor parte de los países del mundo. Como señalaba Milton Friedman cada vez hay más liberales pero no por ello más liberalismo.

Y si en algún espacio la libertad resulta indispensable es en el terreno de la creación artística. Incluso aunque consista dicha libertad en imponerse restricciones, como en el caso de Lars von Trier, pero dichas obstrucciones a la acción sólo serán fecundas si, paradójicamente, surgen de una acto libre. El arte exige un grado de libertad mayor porque su tarea más genuina consiste en la creación de nuevas reglas de (in)expresión, de (in)comunicación o, dicho de otra manera, en el nacimiento de nuevos universos simbólicos que constituyen la auténtica especifidad humana.

Por ello resulta alarmante el asesinato de un cineasta como Theo van Gogh, por ello resulta deprimente la claudicación del Estado de Derecho ante una nueva banda de fanáticos, de religiosos quejumbrosos que se sienten ofendidos, permitiendo que su protesta violenta haya provocado el cierre del Teatro

En el post de van Gogh de hace unos días definía Europa como el continente en el que la blasfemia podía ser considerada una de las bellas artes. Es en este ámbito en el que la libertad encuentra el terreno más afilado y abrupto, porque chocan dos tendencias malignas y poderosas: por un lado el fanatismo religioso que se autoconsidera más allá de la crítica, y por otro el odio y el resentimiento de un ateísmo militante y anticlerical que realmente constituye una religión invertida, tan fanática como la que presume de atacar. Pero la clave de la cuestión reside en que, desde Voltaire hasta Buñuel, la crítica de las manifestaciones religiosas ha sido la trama subterránea que ha sostenido los sistemas de libertades en nuestro continente.

Mientras que la Iglesia Católica ha asumido dicha dimensión crítica (y, un inciso, es en los países de mayoría católica en los que no hay ningún problema para enseñar en las escuelas la teoría de la evolución de Darwin, lo que no sucede en los países con ciertas presencias protestantes, ni, por supuesto, en las teocracias islamistas) otros grupos religiosos están prosperando a costa de la impermeabilidad contras las críticas. Desde el caso de los Versos Satánicos en 1988, que supuso la condena a muerte de su autor Salman Rushdie por parte de los fanáticos islamistas, hasta el espantoso asesinato de van Gogh este mismo año, debido a la valiente denuncia que realizó de la opresión y la humillación de la mujer que se defiende por la mayoría de los musulmanes, hasta la actual victoria de los violentos sijs a los que el Estado británico ha permitido que impogan sus criterios fanáticos cerrando un teatro, una ola de violencia religiosa se está extendiendo sin que nadie quiera o pueda pararlo (la liberación del imán de Fuengirola, un instigador de la violencia contra las mujeres, supone la aportación española a la infamia).

El gran autor austríaco y judío Stephan Zweig, en su libro autobiográfico El mundo de ayer: memorias de un europeo relata la descomposición y destrucción de Europa ante el ascenso del fascismo, el nazismo y el comunismo. Ante la amenaza de la revolución fanática de las extremidades políticas Zweig nos advertía contra la debilidad, la cobardía moral o la simple estupidez con la que los demócratas se dejaron arrasar, violentar y matar. Los síntomas europeos es que no hemos aprendido nada de la destrucción desde dentro del Imperio austrohúngaro y de la República de Weimar. Tendremos que esperar a que vengan los norteamericanos a salvarnos por tercera vez. Aunque, como en el cuento del Pedro y el lobo, a lo mejor llegan el día en que se cansen de resolver las desgracias provocadas por el miedo y la estupidez.

2 comentarios:

Libertariano dijo...

Junjan, cuando hace unos años fui a ver Je salue, Marie de Jean Luc Godard, había unos católicos en la puerta dando gritos y protestando por la emisión de la película.

Una cosa es protestar, lo que es perfectamente legítimo, contra una obra titulada "Me cago en Dios" o la hermosa película de Godard, y otra cosa muy diferente es conseguir que se prohiba.

En el caso de "Me cago en Dios" además estaba subvencionada por el Estado. No sé qué diablos hace el Estado subvencionando blasfemisas o cánticos a la Virgen María...

Saludos

Libertariano dijo...

Me he tenido que explicar rematadamente mal, o tú haber leido muy rápido, para que alguien llegue a entender que critico un fanatismo y defiendo otro. Tiene gracia especialmente porque he sufrido en vivo y en directo, y no sólo a través de una noticia en el periódico, la violencia parafascista, especificamente cuando en los primeros años de la democracia soporté al asalto a una representación de Dagoll Dagom. O, como indicaba, teniendo que sortear a los que trataban de que no entrásemos en la sala en la que proyectaban la película de Godard.

El fanatismo es semejante, pero el apoyo institucional, el relevante desde el punto de vista político, no. Puede ser que desde un anticlericalismo específicamente anticatólico (una de las tradiciones españolas; a los españoles les suele gustar ir detrás de los Cristos, ya sea en procesión o para apedrearlos) se perciba todos iguales, pero eso es un problema de tu percepción sectaria de la realidad político-religiosa, o dicho con otras palabras, cree que todos los gatos son pardos.

¡Ojo al anticlericalismo convertido en una nueva religión!

Por otra parte, decir que no se subvenciona la obra sino el teatro, como si la selección de las obras por los responsables del teatro, que no son ángeles precisamente, fueran neutrales, es la típica consideración estatalista que cree que el Estado es un agente imparcial.