ARCO, entre lo sublime y la estafa

Me gusta ARCO por la mescolanza entre la vulgaridad del mercado -el chalaneo, el regateo, el cruce de palabras, el ruido de fondo- con la solemnidad de los museos (los templos de los que ya no creen en nada). A los nuevos Jesuses, en su misticismo beato y su hipocresía interesada, les gusta rasgarse las vestiduras y agitar látigos ante los mercaderes, pero lo cierto es que en nuestras democracias liberales el dinero y el arte, las dos cumbres abstractas del intelecto humano, se dan la mano sin rubor y con desparpajo.

ARCO además contribuye a que la clase media española se quite el pelo de la dehesa, compre arte y permita la creación de un potente mercado cultural que acabe con esa obscena conjunción entre políticos y artistas que vacía nuestros bolsillos según las amistades del político de turno, creando un tipo de artista dócil, domesticado al servicio servil del amo del presupuesto. En un mercado pluriforme y complejo las diversas opciones creativas tendrían más espacios que bajo el monopolio del Estado.

Es cierto que las artes plásticas viven un momento de confusión, derivado del nihilismo axiólogico que comenzó aquel Humpty Dumpty que era Marcel Duchamp. Pero creo sinceramente que el terror ideológico que ha implantado la "Vanguardia" cuando se ha establecido en la Academia está terminando, y que sus argucias oscurantistas basados en un lenguaje críptico, verborreico y prepotente está en declive. Las mismas estrategias de deconstrucción de la deconstrucción que Alan Sokal ha llevado a cabo contra la postmodernidad lo están realizando críticos como Tom Wolfe o Robert Hugues.

Yo, por mi parte, pongo mi granito de arena en la consolidación de un mercado del Arte (Ralph Fleck, New York 5/XI)



Y nada mejor que un poco de humor, del maestro El Roto, para contribuir a la crítica corrosiva de los nuevos sastres-estafadores que hacen que el rey vuelva a estar desnudo.