TERMINATOR: Schwarzenegger

En un post previo saludaba la irrupción de Arnold Schwarzenegger como una alternativa liberal al stablisment neoconservador que controla actualmente el Partido Republicano. Se diría que alguien que presume de liberal como Arnold Schwarzenegger podría avanzar dentro del Partido Republicano para acabar con una lacra del sistema político de los EE.UU.: la pena de muerte.

Usualmente en el debate sobre la pena de muerte se utilizan argumentos morales, sobre si alguien merece o no ser ejecutado, si es disuasorio para evitar nuevos crímenes, o si quien la realiza se convierte en lo mismo que pretende erradicar.

También ontológicos, como el que Gandalf argumenta en El señor de los anillos: cuando matas a alguien matas también a todas las personas en las que podría convertirse.

El argumento estrictamente liberal es, sin embargo, epistemológico. A diferencia de otras concepciones político-morales el liberalismo parte de un principio de falibilidad del conocimiento humano. Es imposible erradicar el error, con lo que la verdad se convierte, en el mejor de los casos, en un concepto asintótico, es decir un límite al que podremos aproximarnos, si respetamos los criterios de objetividad y honestidad intelectual del pensamiento crítico. Dicha imposibilidad de garantizar un conocimiento indudable que excluya la más mínima posibilidad del error es lo que excluye por principio la pena capital. Porque la otra cara de la moneda del reconocimiento de la falibilidad del conocimiento humano consiste en la necesidad de dejar vías para la reparación de los posibles errores. Y pedirle perdón a un ejecutado que se descubre inocente no parece suficiente reparación.

Este principio de falibilidad, y su correspondiente jurídico sobre la imposibilidad epistemológica de establecer la pena capital, la aprendí en el cine. Furia fue la primera película de Fritz Lang en Hollywood, donde se refugio huyendo de la Alemania nazi.



En ella Spencer Tracy tiene la mala suerte de estar en el sitio equivocado, en el momento equivocado, comiendo el fruto seco equivocado. Desde entonces no he podido comer cacahuetes. Encarcelado por unas pruebas de asesinato, que les parecen irrefutables a las doloridas víctimas, es linchado por una multitud enardecida por un ardiente sentimiento de hacer justicia. Ni que decir tiene que Spencer Tracy no era el culpable y que todas las pruebas que lo acusaban condujeron al error a sus verdugos.

Más próximamente Cadena perpetua nos situaba en un escenario similar y, sobre todo, Clint Eastwood en Mystic River.

Pero es la vida real la que sigue esforzándose en ir más allá del arte. Las nuevas pruebas genéticas parecerían ser la última frontera hacia el establecimiento de un criterio de demarcación indiscutible. Recordemos, sin embargo, el caso del tenista Boris Becker al que una prostituta que le realizó una felación guardó su semen, sin que el tenista lo advirtiese, y posteriormente se hizo inseminar para tener un hijo de él. Imaginemos las posibilidades de acusación que esta estrategia nos abre por parte de mafias, particulares o estatales.

Ahmed Tommouhi ha sido una de las víctimas de estos errores judiciales



y no será el último porque el error, insisto, es consustancial al conocimiento humano. La habilidad de un Estado de Derecho consistirá en minimizar ese riesgo de error, de forma tal que el máximo de culpables sea encarcelado con un mínimo de inocentes. El remedio del error depende, sin embargo, de una claridad epistemológica y un talante liberal que en este caso Arnold "Terminator" Schwarzenegger no ha demostrado.