"Las ideas son menos interesantes que los seres humanos que las inventan" FranÇois Truffaut

jueves, marzo 10, 2005

Tres catalanes traidores

Albert Boadella en El Mundo, Félix de Azúa en El País y Xavier Pericay en Abc diseccionan la omertá catalana.

I. Manifiesto de un traidor a la patria

Confieso que mientras no los conocí, yo fui unos de ellos. Aboné su terreno con mi propia ignorancia. Llegué a creer fanáticamente en la versión victimista de la historia que habían elaborado otros ignorantes como yo, aunque ellos con mayores atenuantes, ya que trabajaban con intereses a plazo fijo... Obviamente, la juerga invadió la sala. Así, exhibiéndolos para mofa y befa del respetable me sentía compensado de tantos supuestos agravios ¿A ver quien nos devolvía la vida del president fusilado? ¿Y la tortura y la cárcel de Pujol? ¿Y la persecución de nuestra lengua? ¿Y el maldito Felipe V? ¿Y la prohibición de participar en el botín de las Américas? ¿Y el contubernio de Caspe?

Si todo resultaba tan claro y la razón estaba de nuestro lado ¿Quién me mandaba desertar del lugar que me pertenecía por historia, por territorio, por sentimiento e incluso por raza? ¿Cómo pude abandonar aquel calor incestuoso de la tribu? ¡Y pensar que ahora podría estar de ministro de cultura en el tripartito...!


II. Los irresponsables no deben responder

... En cambio, en cuanto Pasqual Maragall accedió al trono de Cataluña, me eché a temblar. Este hombre, uno de los mejores alcaldes del mundo, no está hecho para los refinamientos del escenario y del Parlamento. No es Flotats. Lo suyo es bregar con sindicalistas, capos de mafias locales, directivos de multinacionales, consejeros de telefónica, contratistas, en fin, ya me entienden. Y le ha caído el peor de los papeles. Representar con su cuerpo a Cataluña, por mucho que trate de seguir la escuela de Pujol con buena aplicación y mejor voluntad, no puede salir bien. Para ese papel se necesita un actor católico o de sólida fe religiosa, de origen rural o receloso de las urbes modernas, un actor capaz de gloriosas escenas en sus visitas a Montserrat o en sobremesas con dulces abades y rudos rectores, alguien aficionado a los licores dulces y los postres con pasas de Corinto, un sentimental, vaya.

Tengo para mí que después de este paréntesis, la representación de Cataluña irá a dar en quien de verdad la merece que es Carod Rovira, aunque ya no será él, sino alguno de sus amigos y colegas que debe de estar segándole la hierba bajo los pies. Es lo justo para Cataluña, aunque signifique la muerte de Barcelona. Y es la consecuencia inevitable de una decisión de Pujol, que puso el campo catalán por encima de la ciudad. Como en el País Vasco (que tiene un paisanaje más borde pero de similar composición cerebral), quienes marcan la línea ideológica son los caseros de Guipúzcoa. Y es estupendo para la gente de mi edad que de la vida sólo esperamos la ruralización total y ver a las ovejitas pastando en la plaza de Cataluña...


III. UNA GRAN FAMILIA

LA clase política catalana ha sido siempre una gran familia. O se ha comportado siempre como si lo fuera, lo que en resumidas cuentas viene a ser lo mismo. Sólo en casos excepcionales, en situaciones extremas -como, por ejemplo, en los últimos años de la Segunda República y durante la guerra civil-, esta familia se ha resquebrajado. En las demás circunstancias, la mayor parte de las formaciones políticas que en un momento u otro de la historia moderna de Cataluña han intervenido en la cosa pública han ido, como quien dice, a la par. Cuando menos en lo fundamental. Y lo fundamental en Cataluña, a juzgar por el cariz de los distintos experimentos unitarios que se han sucedido a lo largo del siglo XX y en lo que llevamos del XXI, no tiene más que un nombre: nacionalismo. Este es el principal lazo de sangre. Lo fue en las primeras décadas del siglo pasado, con movimientos como Solidaritat Catalana (1906) o la Assemblea de Parlamentaris (1917); lo fue durante el tardofranquismo, con plataformas como la Assemblea de Catalunya, y lo ha seguido siendo a lo largo de estas tres décadas de democracia, en que las fuerzas políticas, a pesar de los inevitables y muy livianos enfrentamientos partidarios, no han puesto jamás en duda -excepto en el período en que Aleix Vidal-Quadras presidía el Partido Popular catalán- el «statu quo». Y aunque un cierto decoro no exento de estrategia lo haya llamado a veces catalanismo o nacionalismo democrático, en Cataluña, ayer como hoy, lo estatuido es uno y lo mismo. Nacionalismo. Puro y duro...

1 comentario:

Anónimo dijo...

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