"Las ideas son menos interesantes que los seres humanos que las inventan" FranÇois Truffaut

domingo, marzo 06, 2005

Vargas Llosa sobre Cabrera Infante

Así en la paz como en la guerra

Pasó unos años muy difíciles entonces, convertido en un apestado integral, al que, al mismo tiempo que la España franquista le negaba la residencia por sus antiguas vinculaciones con el régimen de Fidel Castro, toda la progresía hispana y latinoamericana volvía la espalda o escarnecía. La satanización de su persona y de su obra fue tan dura que estuvo a punto de perder el equilibrio mental. Lo salvaron la literatura y Miriam Gómez, esa extraordinaria mujer sin la cual Guillermo no hubiera resistido las cuatro décadas de exilio, el acoso y las infamias de sus colegas, ni hubiera vuelto a escribir una línea desde que terminó Tres tristes tigres, su obra maestra. Nadie lo hubiera dicho en aquellos años sesenta, los del swinging London, donde él parecía vivir a sus anchas, moviéndose como pez en el agua en ese mundo de locuras psicodélicas, música pop, brumas de marihuana y ácido lisérgico, happenings, viajes artificiales y cine experimental, que él documentaba en crónicas espléndidas, chisporroteantes de humor, imaginación y retruécanos. Era una de las venas de su personalidad literaria, la joyciana, la del juego y la prestidigitación lingüística, que en los años siguientes se exacerbaría hasta extremos a veces delirantes. Una vena que ocultó y acabó por borrar la otra, la del escritor realista y comprometido de su primer libro, la colección de cuentos de Así en la paz como en la guerra, que yo leí con admiración que mi memoria conserva intacta, por el poder de síntesis y la precisión matemática del estilo, el aliento entre heroico y trágico que transpiraban las historias y las viñetas que las intercalaban, un mundo que recordaba al mejor Hemingway, de milicianos austeros e idealistas románticos, de una gesta popular todavía no envilecida por la ideología ni el poder. Por razones obvias, Cabrera Infante prefirió olvidar estos relatos de su primera época, que ahora, sin duda, se reincorporarán de todo derecho al conjunto de una obra, la que, algo que ignoran sus más jóvenes admiradores, consta también de una rica vertiente realista y comprometida.


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Cuando Cuba sea por fin libre los cubanos deberán siempre recordar que nadie fue más consecuente, constante y radical en su rechazo de la tiranía que asola la isla hace 46 años como Cabrera Infante. Nunca hizo la menor concesión, nunca optó por callar, siempre que tuvo ocasión se jugó entero para hacer saber al mundo la realidad totalitaria, el envilecimiento de las ideas y de los valores y la mentira sustancial sobre la que se sostiene el régimen de Fidel Castro, y para denunciar los sufrimientos, los atropellos y los abusos de que es víctima el pueblo cubano. Eso, ahora, luego de la caída del muro de Berlín y el naufragio universal del comunismo, es muy fácil, se ha convertido casi en un cliché en boca de politicastros. Pero durante muchos años, atreverse a sostenerlo era ir contra la corriente y condenarse a la cuarentena literaria e intelectual, porque en ningún otro ámbito -más aún que en el político- la falsificación de la realidad cubana y la mitificación tramposa de lo que ocurría en Cuba fue tan poderosa como entre los escritores y supuestos pensadores.

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Las críticas de cine son una parte inseparable de la literatura de creación de Cabrera Infante. Llamarlas "críticas" es ya desnaturalizarlas, porque ese membrete da la idea de unos textos cuya finalidad es analizar e interpretar unas obras a fin de hacerlas más accesibles al espectador. En realidad, todas las críticas de cine de Guillermo, pero sobre todo las reunidas en esa otra maravilla de libro que es Un oficio del siglo veinte, son creaciones literarias, verdaderas ficciones, elaboradas utilizando la materia prima de unas películas que, al pasar a esos textos, se vuelven narraciones literarias, relatos tan sorprendentes, amenos y brillantes por su humor, sus juegos retóricos y sus hallazgos, como los cuentos y novelas que escribió. Como Manuel Puig, otro escritor que hizo literatura con el cine, Cabrera Infante se servía de las imágenes de las películas como otros escritores se sirven de sus recuerdos familiares o de los hechos históricos para construir una realidad que era autosuficiente, que existía y persuadía a los lectores de su verdad en función de sí misma.

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Adiós, vecino.


El país, 6-3-05



1 comentario:

Anónimo dijo...

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