"Las ideas son menos interesantes que los seres humanos que las inventan" FranÇois Truffaut

lunes, abril 18, 2005

Ajmátova (II): la puta y la santa

Me referí a la resistencia poética, silenciosa y tenaz, de Ajmátova (aquí) contra el terror bolchevique. Relata Koch como Münzenberg (el marionetista de la intelectualidad "antifascista") comenzó a sentir miedo. A partir de 1936 sintió la presencia de Zhdanov, que “sería recordado como el más siniestro de todos los brutales personajes que dirigieron la cultura estalinista... quien impuso el Terror en el arte, el policía secreto del realismo socialista.”

Zhdanov hizo un infierno de la vida de Mandelstam, Ajmátova, Meyerhold... Gracias a EMS he conocido lo que Shostakovich escribió en su imprescindible biografía sobre la poeta y el monstruo: “Zhdanov estaba zaheriendo a la poeta Ajmátova en Leningrado, tras la guerra, la describió, por alguna razón, de esta manera: “O una especie de monja o una prostituta”. Y luego añadió: “Más bien, tanto una prostituta como una monja, que mezcla la fornicación con la oración”... Dijo que Ajmátova tenía “ideas vergonzosas sobre el papel y el destino de la mujer”. ¿Qué significaba esto? Ni siquiera hoy lo sé”. La maquinaria de humillación y destrucción de alguien que intimidaba al mismísimo Münzenberg por su grosería y su ignorancia se había puesto en marcha. Escribe Ajmátova

Todos se fueron y nadie regresó.
Fiel a la última promesa amorosa
sólo tú diste vuelta
para ver el cielo ensangrentado.
La casa estaba maldita y maldito el oficio.
Era inútil el dulce canto
y no me atreví a levantar la mirada
ante mi horrible destino.
Profanaron la claridad de la palabra,
pisotearon el verbo sagrado
para que yo lavara la sangre del piso
con las enfermeras del treinta y siete.
Me separaron de mi único hijo,
torturaron a mis amigos en los calabozos,
me rodearon con empalizadas invisibles,
fortalecidas en su armonioso acecho.
Me premiaron con la mudez,
mendigando la condena por el mundo,
me llenaron de calumnias,
calmaron mi sed con veneno
y conducida hasta el límite,
fui abandonada allí por alguna razón.
Por eso a esta loca ciudadana
le gusta divagar por plazas agonizantes.


Posteriormente Shostakovich relata una visita de los turistas del ideal a la Unión Soviética: “Fueron llamados para encontrarse con turistas extranjeros, alguna delegación de defensores de esto o luchadores de aquello... Zoshchenko y Ajmatova fueron obligados a tener un encuentro con esta delegación. El viejo truco, probaron que estaban vivos, saludables y felices con todo, y extremadamente agradecidos al Partido y al Gobierno.” Zoshchenko acabaría como tantos en el GULAG, y Ajmátova escribiendo su epitafio:

Escucho una voz lejana
y alrededor no hay nada, ni nadie
En esta tierra negra y generosa
colocaréis su cuerpo.
Ni el granito, ni el sauce sollozante
cubrirán sus cenizas ligeras.
Sólo el viento del mar
vendrá a llorarlo desde la bahía



Entre estos turistas extranjeros podría haber estado Jean Paul Sartre, una de los principales representantes de lo que Julien Benda denunció como La traición de los intelectuales. Sartre, convertido en icono pop con motivo del centenario de su nacimiento (aunque en Francia, las voces críticas elevan el nivel del debate)




primero negó la existencia de los campos de concentración y luego, ante la evidencia, los justificó.

Me suspendéis como a una fiera muerta
en un garfio ensangrentado,
para que, burlonamente y sin fe,
los forasteros deambulen alrededor
y escriban en los venerables diarios
que mi incomparable don se ha extinguido,
que fui poeta entre poetas
pero mi decimotercera hora ha llegado



Pero sigue Shostakovich “La moraleja es clara. No puede haber amistad con los famosos humanistas. Somos polos opuestos, ellos y yo. Yo no confío en ninguno de ellos y ni uno solo de ellos ha hecho, jamás, algo bueno por mí. Yo no reconozco su derecho a preguntarme. No tienen el derecho moral y no deben atreverse ni a dar conferencias sobre mí... Y no me hace feliz en lo más mínimo que mis estudiantes hayan adoptado mi suspicacia. Ellos tampoco creen en los famosos humanistas, y tienen razón... Me sentiría muy feliz si consiguieran encontrar a algún famoso humanista en el que se pudiera confiar, con el que tú pudieras charlar acerca de flores, fraternidad, equidad y libertad, los campeonatos de fútbol y otros sublimes tópicos. Pero aún no ha nacido tal humanista. Hay truhanes más que suficientes, pero yo no tengo ganas de hablar con ellos: te venden barato por divisas o por un tarro de caviar negro.

... No creáis a los humanistas, ciudadanos, no creáis a los profetas, no creáis a las luminarias –te embarcarán por un ochavo-. Haz tu propio trabajo, no hieras a la gente, trata de ayudarla. No trates de salvar a toda la humanidad de una vez, trata de salvar primero a una persona... Ayudar a una persona sin agraviar a otra es muy difícil. Es increíblemente difícil. De ahí es de donde viene la tentación de salvar a toda la humanidad. Y entonces, inevitablemente, durante el camino, descubres que toda la felicidad de la humanidad depende de la destrucción de unos pocos cientos de millones de personas, eso es todo. Una fruslería.”

Una vez se encontraron la poeta y el músico: “Nos sentamos en silencio. Yo estaba en silencio y Ajmatova también estaba en silencio. No dijimos nada durante un buen rato y luego se marchó. Más tarde oí comentar que ella había dicho: “Shostakovich vino a verme. Tuvimos una charla estupenda, hablamos de todo””

Y en las entrañas de la música no encontré respuesta,
Y de nuevo el silencio y el fantasma del estío.

...

No me des nada para recordar.
Yo sé cuán efímera es la memoria.

...

¿Por qué envenenaron el agua
y enlodaron mi pan?
¿Por qué la última libertad
la han convertido en madriguera?
¿Acaso porque no me burlé
de la amarga muerte de mis amigos?
¿O porque fui fiel a mi triste patria?
Que así sea.
Sin verdugo y sin cadalso
no se es poeta en la tierra.
Son para nosotros las camisas de penitente
el caminar con velas y aullar.

...

Siete mil tres kilómetros...
No escucharás cómo te llama la madre
en el terrible aullido del viento polar
en la estrechez de la adversidad acorralada.
Allí te haces salvaje y enfureces,
tú, el último y primero, tú, nuestro.
Sobre mi tumba de Leningrado
ronda indiferente la primavera.

...

Insepultos, a todos enterré,
a todos lloré. ¿Y a mí, quién me llorará?


Boris Tishchenko escribió una música, según Shostakovich maravillosa, para el Réquiem de Ajmátova. Si alguien lo tiene, agradecería una copia. Y Modigliani le hizo un retrato, ¿quién sabe dónde se encuentra? Gracias


2 comentarios:

Marzo dijo...

http://max.mmlc.northwestern.edu/~mdenner/Demo/images/akhmatova/modigliani.jpg

http://www.abcgallery.com/M/modigliani/modigliani75.html

http://www.abcgallery.com/M/modigliani/modigliani76.html

http://www.abcgallery.com/liter/akhmatova.html

Libertariano dijo...

Gracias infinitas, Marzo