"Las ideas son menos interesantes que los seres humanos que las inventan" FranÇois Truffaut

lunes, abril 25, 2005

Benedicto XVI visita el CSI Las Vegas

Leyendo los exabruptos que han escrito algunos, al estilo de Maruja Torres o Eduardo Haro Tecglen, sobre el nuevo Papa casi dan ganas de ir a apuntarse al Opus Dei. Pero más allá de marujeos y sectarismos es posible discutir con Benedicto XVI desde una posición crítica y liberal.

No es extraño que Ratzinger haya sido el “guardián de la doctrina”. Sus escritos revelan un pensamiento poderoso, sólido, lúcido. Como un buen boxeador golpea los flancos débiles del adversario con una puntería endiablada, mientras sabe alejar con habilidad la discusión de los argumentos que le perjudicarían.

Especialmente acertado es en su diagnóstico de las corrientes filosóficas que se han destacado por hacer del oscurantismo, el sarcasmo, la banalidad presuntuosa y la pose sofística la marca de la casa. Sartre, Derrida, Lacan, Paul de Man... son algunos nombres que han hecho de la frivolidad intelectual una manera de destacar en los medios de comunicación (en un Departamento de Filosofía norteamericano, en la senda iniciada por Carnap y que había dado a pensadores como Quine o Goodman, se podía leer:

Si usted está interesado en el pensamiento post-estructuralista francés o en temas relacionados con la postmodernidad le sugerimos postular a la facultad de literatura)


Entre su recopilación de artículos, hay un documento Fe, verdad y cultura en el que plantea los parámetros fundamentales de la Filosofía de nuestro tiempo. Como ha dicho Jürgen Habermas, con el que Ratzinger mantuvo un diálogo entre la Filosofía y la Teología, los filósofos tienen tres cuentas sin pagar: el conocimiento, la verdad y el sentido.

Gran parte de la filosofía actual, sobre todo la que deriva de la escuela francesa (la que puso en evidencia Alan Sokal en (el título lo expresa todo) Imposturas intelectuales), ha dado una respuesta nihilista, negando que la verdad o el sentido sean conceptos con contenido, disolviendo el conocimiento en un batiburrillo al estilo Matrix –película que al poner en escena la equivalencia entre la ficción y la realidad se ha erigido en un símbolo de nuestro tiempo-

Con respecto a la Escila del nihilismo gorgiano de la Filosofía postmoderna, Benedicto XVI ofrece un diagnóstico claro:

Cuando la escritura, lo escrito, se convierte en barrera frente al contenido, entonces se vuelve un antiarte, que no hace al hombre más sabio, sino que le extravía en una sabiduría falsa y enferma... El hombre no está aprisionado en el cuarto de espejos de las interpretaciones; puede y debe buscar el acceso a lo real



El problema de Ratzinger se da cuando intenta ofrecer una alternativa al nihilismo – cuando trata “abrir de nuevo la puerta a la cuestión de la verdad, la puerta más allá del lenguaje que gira sobre sí mismo”- ya que se sitúa entonces en la Caribdis del absolutismo epistemológico, ontológico y moral.

El ser humano no puede estar sometido a instancia humana alguna, porque su dignidad reside en estar abierto a la verdad misma



Ratzinger huyendo del nihilismo disolvente se echa en brazos del dogmatismo fosilizado, mediante una aproximación ingenua que se basa en “"Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida": en estas palabras de Cristo según el Evangelio de Juan (14, 6) está expresada la pretensión fundamental de la fe cristiana”. Y es que según Benedicto XVI, “el Hijo... es el Logos” Si antes ha citado a Platón para atacar a los gramáticos, que han reducido la Filosofía a un juego filológico, ahora podemos imaginar al filósofo ateniense revolviéndose en su tumba ante semejante equivalencia.

Porque cuando Pilatos quiso aclarar qué quería decir Jesús, “¿Qué es la verdad?” le preguntó, Jesús se mantuvo en un enigmático silencio. Lástima.

Y es que el reino de la verdad no puede ser ni la palabrería logocéntrica de los deconstruccionistas y compañía, ni el misterioso silencio de los místicos de toda laya.

La verdad, que dicen en Expediente X, está ahí fuera, lo que permite tratarla como una relación objetiva entre nuestros sistemas conceptuales y la realidad. Y además tiene un carácter dinámico, en primer lugar porque la misma realidad puede que lo sea, y además porque nos topamos con la historicidad de nuestras perspectivas de pensamiento, lo que introduce una factor de distorsión que sólo puede ser reducido, aunque nunca eliminado, mediante un método, el científico, que no es exclusivo de las ciencias sino que puede ser extrapolado, con su particularidad específica, a todo el ámbito del conocimiento humano.

Es en otra serie dónde puede Benedicto XVI aprender el carácter dinámico, objetivo y revisable del Logos moderno (el que se inaugura con Descartes, al que Wojtyla identificaba poco menos que con el Anticristo).






En CSI Las Vegas (es sintomático que en las nuevas Sodomas y Gomorras -Las Vegas, Miami, New York- se situen estas aventuras sobre la verdad, en la senda de modernas Odiseas) se expresa claramente tanto el método como los valores que subyacen a la investigación por la verdad. En primer lugar, claro, creer que la verdad existe y que podemos descubrirla (en caso contrario, dirigirse a los Departamentos de Literatura). En segundo lugar, ser consciente de que disponemos de una metodología rigurosa y exigente para su descubrimiento, ya que la verdad no se desvela sin más (ni revelaciones religiosas, ni inspiraciones poéticas, por no hablar de intuiciones místicas). En tercer lugar, que hace falta disponer de unos valores morales sólidos: amor a la verdad; honestidad intelectual para asumir los propios errores; apertura a las ideas ajenas, al mismo tiempo que valentía para defender las propias hipótesis, aunque choquen con la mayoría (la consecución de la verdad puede ser que sea colegiada, pero no es democrática: no vale ni el argumento de autoridad ni el argumento de mayoría)

Roberto Calasso sitúa el carácter de la esperanza en Kafka en la máxima “Creer en lo divino y no aspirar a alcanzarlo” Lo que aplicado al escurridizo concepto de la verdad, significa considerarlo una asíntota a la que no podemos, ni debemos, renunciar aunque sepamos que es, en última instancia, inalcanzable. Y es que es Sísifo, tal como nos lo mostró Albert Camus, quien mejor representa el talante titánico que puede sostenernos frente al olimpismo de la Palabra (así, con mayúsculas) de Benedicto o el infierno al que nos condenan los titiriteros del logos.






2 comentarios:

Anónimo dijo...

Tu error consiste en pensar que se trata de una busqueda de la verdad cuando no es mas que una lucha por el Poder.Cierto que sin adornos esa lucha seria sordida e inhumana pero en fin.¿Admitir errores?
¿Acaso hay razones objetivas de tipo moral por las que un cura catolico no puede casarse o por las que una mujer no puede confesar o consagrar?

apfner dijo...

Como siempre los anonymous apodícticos e ignorantes: ¿Razones objetivas? ¿De las que se guardan en cajas de a cien? ¿De las que vienen en kits Made in China junto con ideologías políticas verdaderas? Si eres capaz de citar sólo una razón moral objetiva yo te diré otras diecisiete por las que un cura católico no puede casarse. Una razón objetiva no es sólo algo en lo que tú crees firmemente: es algo más. Quien opina como tú demuestra no tener ni idea no ya de lo que es filosofar sino de los que es utilizar un lenguaje.