"Las ideas son menos interesantes que los seres humanos que las inventan" FranÇois Truffaut

jueves, abril 07, 2005

Wojtyla, Darwin y el Infierno

Me siento deudor de la tradición escéptica sobre la religión. Las experiencias religiosas me son extrañas, ya sean de San Juan de la Cruz o de Enrique Iglesias (lo que no quiere decir que no comparta empáticamente, desde un punto de vista literario, los arrebatos místicos del primero). Y como racionalista la dimensión sobrenatural me parece, en el mejor de los casos, un impedimento para concentrarnos en los asuntos metafísicos verdaderamente interesantes.

No mezclarme, sin embargo, con el anticlericalismo vulgar (incluso Arcadi Espada, lúcido tantas veces, cae en la simplicidad de reducir la religión a superstición). Quemar iglesias no va conmigo, todo lo contrario. Frente a la mala prensa que suele tener el catolicismo, lo considero la mejor religión desde el punto de vista de una consideración objetiva externa. En ella se aúna la tradición judeocristiana y la grecolatina. Ser al mismo tiempo monoteísta y politeísta es un lujo teológico y estético que pocos saben apreciar. Y las licencias morales y políticas en las que incurren los católicos son un buen caldo de cultivo para el pluralismo axiológico necesario para el desarrollo de la filosofía y la ciencia (los lectores del Deuteronomio que gusten del jamón ibérico y los langostinos lo entenderán).

El cristianismo tiene, por otro lado, una vocación ecuménica, en cierta forma “imperialista”, extraña al mundo judío, que ha permitido la universalización del concepto “ser humano”, pero que también le hace extremadamente invasivo con respecto a las esferas privadas que no son cristianas. En el ámbito educativo el conflicto con la visión laicista, también ecuménica-imperialista, es especialmente crudo, y los liberales tenemos que sufrir el duopolio con que ambas tendencias totalizadoras pretenden homogeneizar a la sociedad. Por otro lado, una errónea concepción del proceso de concepción (valga la redundancia) y gestación del embrión y el feto (tan fans de Santo Tomás de Aquino, en este punto lo ignoran) le invalida como interlocutor en el debate sobre los plazos, límites y condiciones para el aborto.

Frente al inmovilismo del Vaticano en cuestiones de moral sexual (la prohibición de los anticonceptivos es el equivalente bíblico de la censura al jamón y los langostinos: una antigualla veterotestamentaria) y cierta incapacidad para entender las virtudes (ciertamente que no teologales) de la economía de mercado y la globalización (no hay respuestas aquinenses para dichos procesos), hay tres aspectos positivos que quisiera señalar.

En El País Enrique Krauze señalaba la conciliación con los judíos que impulsó Wojtyla, en lucha contra el antisemitismo larvado en cierto sector católico, todavía instalado en la acusación de deicidio. Comenzó Juan XXIII pero


Faltaba el valeroso pastor que lo regara y cultivara, con hechos, no sólo con buenas razones. Ese pastor fue Juan Pablo II.


Ahora me voy a fijar en dos decisiones programáticas que desde una perspectiva no-católica como la mía marcaron el pontificado de Juan Pablo II. Las dos afectan a dos de mis héroes, a uno positivamente y a otro negativamente. Y configuran que podamos definir a Juan Pablo II como un Papa en tránsito a la Modernidad.

La rehabilitación de Galileo, con excusas incluidas, fue un paso. Pero el trascendental y definitivo, lo que hará que siempre guarde un buen recuerdo de él, fue la plena y explícita compatibilidad entre el catolicismo y la teoría de la evolución de Darwin. Mientras que el protestantismo, sobre todo por el pujante y expansivo movimiento evangelista, está involucionando hacia doctrinas oscurantistas y supersticiosas, la decidida apuesta de Juan Pablo II por entroncar al catolicismo por la peligrosa idea de Darwin permite al catolicismo convertirse en una religión en situación de jugar un papel relevante en la era científica. Quizás interviniese en ello la experiencia de la sociedad comunista que tuvo que sufrir, porque para los comunistas el nombre de Darwin era casi tan blasfemo como el de Jesús.

La otra gran contribución de Juan Pablo II a la Modernidad de la Iglesia viene dada por haber hecho también explícito una corriente quizás presente en el cristianismo desde antes, lo ignoro, pero que ha sido con él, y su capacidad de transmitir a través de los medios de comunicación, como se ha hecho presente en la conciencia colectiva de los católicos: la desaparición del Infierno como un lugar de sufrimiento físico, un espacio de torturas, para ser reconducido al concepto de “estado”. Para ello ha tenido que luchar contra uno de los cristianos más geniales y heréticos de todos los tiempos, Dante.

El florentino a través de su viaje descrito en la Divina Comedia creó, con una fuerza visual sin parangón en la literatura, un paisaje de horror y devastación a través de los versos más hermosos. En este Infierno (también hay un limbo y un purgatorio redefinidos por el Papa) se codean en el desgarro y el rechinar de dientes los sabios griegos, varios Papas (Dante y el Vaticano no se llevaban demasiado bien), altos jerarcas y amantes infieles. La imaginación católica ha ido sedimentando, entre el horror y el fervor, entre el morbo y el asco, durante siglos esta fantástico lugar, una de las joyas, luciferinas quizás, de la teología católica. Haciendo un alarde de piedad, y de rigor teológico, el Papa ha eliminado la amenaza física por una amenaza un tanto más abstracta (el infierno como ausencia de Dios). Lo que hemos ganado en sutilidad intelectual lo hemos perdido en belleza tenebrosa. No seré yo quién le tire la primera piedra.

En otros aspectos el Papa no ha sido tan “progresista”, cierto, pero allá los católicos con sus preservativos, sus casorios y separaciones... lo que pertenece a la esfera privada no seré yo quien juzgue. Y con respecto a la posible influencia pública del resto, investigación con embriones, despenalización del aborto en determinadas circunstancias, etc. Hemos comprobado como la influencia de la Iglesia en cuanto jerarquía no es determinante en lo que afecta a la Iglesia en cuanto suma de todos los fieles.

Por otro lado, este Papa ha comenzado a citar a Kant, aún tímidamente, lo que creo puede ser un horizonte ético y político superador del molde tomista. Al final lo que quedará serán los pasos hacia la modernización que he indicado. A los que vengan les corresponderán seguir por esa vía.

“El infierno, más que un lugar, indica la situación en que llega a encontrarse quien libre y definitivamente se aleja de Dios, manantial de vida y alegría. Así resume los datos de la fe sobre este tema el Catecismo de la Iglesia católica: «Morir en pecado mortal sin estar arrepentidos ni acoger el amor misericordioso de Dios, significa permanecer separados de él para siempre por nuestra propia y libre elección. Este estado de autoexclusión definitiva de la comunión con Dios y con los bienaventurados es lo que se designa con la palabra infierno»”.

En cierta forma, respondía a un angustiado Woody Allen que se preguntaba


¿Existe el Infierno? ¿Existe Dios? ¿Resucitaremos después de la muerte? Ah, no olvidemos lo más importante: ¿Habrá mujeres allí?


hasta que descubrió en Deconstruyendo a Harry que estaba poblado de abogados y periodistas.

Por otra parte, en la extraordinaria Las espigadoras y la espigador, Agnes Varda se encuentra con este Juicio Final de van der Weyden.







2 comentarios:

Anónimo dijo...

Mágnifico post. Muchas gracias. Te vas superando día día. Es un lujo poder leerte.
Carlota

Libertariano dijo...

Hey Carlota, no lo había visto. Muchas gracias. Tómate una cerveza de mi parte, allá dónde estés.

Un saludo