"Las ideas son menos interesantes que los seres humanos que las inventan" FranÇois Truffaut

miércoles, julio 13, 2005

Rohmer, Triple Agente

A sus ochenta y cinco años Rohmer sigue haciendo películas asombrosas. Como un equilibrista siempre se mantiene sobre el alambre de la espontaneidad a través de un determinismo estricto, tanto por las acciones que describe como las palabras de sus protagonistas. Y es que Rohmer es un maestro de los dos factores fundamentales en el cine moderno: el espacio y la palabra. Junto a Bergman, Welles, Dreyer, Oliveira, Mankiewicz, Bresson y algún otro que se me escape, Rohmer ha sido el principal cineasta del “giro lingüístico” dentro del cine sonoro, es decir los que han reivindicado la palabra como algo más que ruido, que no puede ser reducida a un mero aditamento sonoro a las imágenes. Con dichos autores el cine no sólo ha de ser mirado, sino también escuchado (en español se dice ver una película, en lugar de mirarla; no sucede lo mismo en otros idiomas; por ejemplo el italiano, en el que las películas se tienen que “guardare” (mirar) por mandato semántico)



Su última película estrenada, Triple agente es un monumento, en su calculada ambigüedad y ligereza, al dinamismo del plano. Nada en ella es superfluo sino que fluye con una necesidad que nos esfuerza en no perdernos una palabra, un gesto. Escribía Rohmer en 1949 “El cine ha tardado más de treinta años en aprender a prescindir de la palabra; es normal que, después de dieciocho años, aún no haya encontrado al modo de servirse de ella”. Esos dieciocho años se han ampliado a setenta y cuatro, porque las palabras, los diálogos siguen siendo la mayor parte de las veces como un ruido superficial, banal y superfluo.

Sólo en casos concretos y limitados encontramos excepciones a la regla general: El caso Winslow de David Mamet (Mamet en general, Spartan es una buena muestra de cómo está evolucionando hacia la maestría filmica a partir de su inmenso talento como dialoguista), La edad de la inocencia de Martin Scorsese (la mejor película del americano para mi gusto, la más redonda y equilibrada), La casa de la alegría de Terence Davies (una película no suficientemente valorada) o, claro, el otro maestro europeo de la palabra, Manoel de Oliveira con ese homenaje explícito desde el título que es Una película hablada.

Volvamos a Triple agente.

¿Está realizando Rohmer una nueva serie? Tras sus indagaciones morales y costumbristas de las series de películas anteriores, en La inglesa y el duque mostraba una intencionalidad política que hasta ahora había sido sólo tangencialmente insinuada. Después del minucioso y feroz análisis de la Revolución Francesa que hizo en su anterior película, ahora se centra en el período inmediatamente anterior a la Segunda Guerra Mundial, con el triunfo del Frente Popular en Francia, el inicio de la Guerra Civil española y el trasfondo de la Revolución soviética. En París el ruso blanco Fiodor y su mujer Arsinoé , pintora griega, viven parsimoniosamente aún con la intranquilidad que supone que Fiodor sea una de las cabezas visibles del exilio ruso anticomunista. Poco a poco a través de conversaciones con otras parejas (la película se podía haber titulado también Triples parejas) que les rodean vamos conociendo los líos políticos que rodean a Fiodor. Nada es lo que parece, y ni siquiera su mujer está muy segura sobre lo que trama su marido. El enigma sobre Fiodor se mantiene hasta el final, lo que es perfectamente coherente con un entorno de confusión ideológica y choque de civilizaciones como hoy apenas podemos si imaginar, cuando los hombres morían, y mataban, por ideales que les superaban.



No es propósito de Rohmer resolver ningún problema (aunque basado en un hecho real, está muy libremente recreado) sino más bien mostrar un periodo histórico marcado por unos fanáticos que hicieron de unas filosofías delirantes un sustituto de la religión a las que entregaron sus vidas y las de millones de personas (con el trasfondo, y usándolo de metáfora, de las revoluciones artísticas; en esto caso el cubismo que prefieren los vecinos comunistas, en contraposición a la pintura de corte tradicional de Arsinoé).

A través de unos personajes cultos, elegantes, dialogantes y profundamente pervertidos en su desprecio por la verdad (en una conversación con un primo suyo, príncipe ruso que trabaja como taxista en París, Fiodor juega a torcer las palabras hasta que la verdad termina por ser menos creíble que la mentira) Rohmer sigue con su tarea de disección entomóloga de unos seres humanos que bajo su microscopio cinematográfico aparecen en toda su fragilidad, en su desvarío, a merced de las contingencia de un azar y una voluntad que los enreda como en telas de araña.

Con insertos de documentales sobre la victoria del Frente Popular y la posterior dominación nazi de Francia, Rohmer pretende hacernos imaginar el entorno desquiciado de una época antihumanista en la que los individuos del sentido común serán sacrificados en el altar de las ideologías. Por eso, el final resulta tan estremecedor aún con el desapego irónico que le imprime Rohmer. Atención a la última frase que se pronuncia, al alimón, por dos de los personajes, una especie de chiste de humor negro por parte de Rohmer, que viene a ser un epitafio triste por una mujer y, a la vez, una acusación contra una cosmovisión utópica.



La dificultad y el mérito del planteamiento de Rohmer: el análisis que hace de unos personas sin que aparezcan como marionetas estúpidas, ya que el propio director no se eleva por encima de ellos sino que aparenta saber tan poco como ellos, y en la impredecibilidad con la que desarrollan sus tramas es como mejor se respira la libertad.

2 comentarios:

Libertariano dijo...

Somos más de uno, Simon, en la admiración rendida a la adaptación scorsiana de la novela de la Wharton. Una especie de Summa de su talento cinematográfico y de su conocimiento histórico del cine.

Anónimo dijo...

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