"Las ideas son menos interesantes que los seres humanos que las inventan" FranÇois Truffaut

jueves, noviembre 03, 2005

Rajoy en el país de la Reina Roja

Rajoy no se explica filosóficamente que el PSOE pueda apoyar un Estatuto manifiestamente inconstitucional, que enfrenta a los españoles y que es intervencionista hasta el autoritarismo. En 1932 al terminar Ortega y Gasset su discurso sobre el Estatuto catalán un diputado socialista prorrumpió en aplausos entusiastas, ante el estupor del resto de los socialistas que tenían como consigna el silencio, aunque seguramente casi todos ellos hubieran aplaudido igual. Ayer, tras el discurso liberal de Rajoy, más de uno y dos socialistas se hubieran puesto en pie casi con el mismo entusiasmo que la bancada popular (que, por cierto, tuvo un comportamiento vergonzosamente grosero en la última parte del debate, tras su paso por el bar del Congreso)

¿Qué dijo Ortega en el 32? Defendió una España autonómica frente a una España confederal. Frente al sentimentalismo en el que basaron los defensores del Estatuto su identidad frente a España, y los típicos argumentos de la lengua, el sentimiento nacional, la historia o las costumbres para reivindicar una soberanía absoluta, Ortega se dio cuenta del problema insoluble que representan los nacionalismos periféricos en cuanto que nacionalismos particularistas, “apartistas”. Por ello Ortega planteaba pragmáticamente que los catalanes y y el resto de españoles tenían que aprender a “soportarse”, para lo cual había dos requisitos básicos:

  • Que los primeros no pusieran en cuestión la unidad de la soberanía.
  • Que el diseño autonómico fuese exquisitamente simétrico, que la distribución de las competencias fuese aplicada a todas las autonomías

Fundamentalmente le preocupaba a Ortega que se dejase bien claro que el poder de Cataluña emanaba del pueblo español todo y no sólo del pueblo catalán, pues solo se podía hablar de una ciudadanía española. Asimismo Ortega era muy consciente del intervencionismo político y cultural de los nacionalistas, y como salvaguarda contra su afán depredatorio y censor (que ayer tuvo un nuevo y siniestro capítulo en el discurso inquisitorial de Duran i Lleida contra Federico Jiménez Losantos y compañía, extensión del seny que ya tuvo ocasión FJL de saborear aún más amargamente cuando firmó un Manifiesto en Cataluña por la Libertad) al proponer una Universidad en español para que hubiera algún espacio de libertad lingüística en el desierto de la uniformización del comisariado político-cultural catalanista. Asimismo planteaba el peligro de desvertebración económica de España, lo que ahora se denomina la “unidad de mercado”.

Ortega fue muy criticado, además de por los nacionalistas identitarios, por los centralistas españolistas. Hoy en España no hay nadie que ose plantear el más mínimo argumento centralista, así que no hay un contrapoder en ese sentido contra la centrifugación confederal o separatista de los nacionalismos apartistas. Únicamente queda frente al separatismo de la identidad, que es el de la discriminanción y la desigualdad entre ciudadanos, el liberalismo. Frente a la España liberal que defendió Rajoy, una España de ciudadanos libres e iguales en derechos que abominan de privilegios basados en la cuna, Rodríguez Zapatero se irguió en paladín de la España de los pueblos, de la España de las identidades que se excluyen mutuamente. Zapatero liquidó ayer los puentes que sólo desde una ciudadanía moderna podría haber reconducido las relaciones entre catalanes y el resto de los españoles. Zapatero santificó el autismo del Estatuto catalán, alimentó el victimismo de los catalanistas, estuvo de acuerdo en acabar con el equilibrio económico y cultural entre los españoles, todo ello sacrificado en el altar del mito sentimental de la identidad de los pueblos, en el que se obvian los derechos de los individuos que no son considerados como ciudadanos sino como súbditos de entelequias corporativas y esclavos de los desvaríos impositivos de una élite nacionalista que les van a obligar a hablar la lengua catalana (como si la lengua española no fuese también una lengua catalana, y tenida como propia por la mayor parte de los catalanes) y a pertenecer a una cultura en la que se mutile y se reprime todo lo que huela a español. La España plural con la que se llena la boca ZP, es la España de los monólogos, y no precisamente del Club de la Comedia, sino más bien del Drama y la Tragedia para los que no comulgamos con las ruedas de molino de lo políticamente correcto.

Rajoy empezó brillantemente su discurso. Si todo va bien, ¿por qué cambiar de rumbo? Si ZP me recordaba hace unos posts al Huevón Sofista, ayer se enfundó el disfraz de la Reina Roja de Marie Claire



[...] en nuestro país necesitas correr todo lo que puedas para mantenerte en el mismo sitio, para ir a algún sitio tendrás que correr por lo menos el doble de rápido


Alicia Rajoy insistía, desesperadamente racional hasta el fin, que correr está muy bien, pero ¿hacia dónde? Porque ZP y los suyos parecen lemmings, esos ratoncillos que se suicidan en manada arrojándose por un barranco. Ayer Carod, Manuela de Madre, Rubalcaba and company animaban a Rajoy: “vamos hombre, no te asustes, que parece un precipicio pero ya verás qué sorpresa”. Sin embargo, el progreso no está determinado por unas leyes históricas, ni mucho menos es cuestión de fe, ni tiene que ver con consideraciones de moda, sino que si se quiere que sea real ha de ser racionalmente discutido, tiene varias direcciones (incluso puede darse un progreso hacia atrás) y necesita una evaluación empírica. ZP sin embargo se apunta al progreso por el progreso, constituido en un mito, como quien se apunta a un bombardeo.



Al final, en su tercera intervención, Zapatero tuvo el descaro de de citar a Gonzalo Fernández de la Mora contra el PP (¡toma talante! Claro que a quien había mencionado Rajoy en su discurso fue a Thomas Jefferson, a la Revolución americana y francesa y las Cortes de Cádiz. Es decir un ¡Viva la Pepa! liberal frente a un ¡Viva la Peña! del tradicionalismo nacionalista) y a Alfonso Guerra pretendidamente a su favor. La cara de Guerra era un poema. Esa sonrisa combinada con un ligero bufido del sevillano, como diciendo “¡pero cómo se atreve este tío!”, fue un colofón perfecto, en su patetismo, de un día aciago para los ciudadanos.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Deberías pasarte por www.digeridopor.com. Me parecé que te gustará.

Saludos...

lorenzo dijo...

Santiago, quizá entiendas que no tengo tiempo para más, pero no puedo por menos que ofrecerte mi más sincera felicitación por este post lúcido e inteligente. Si colmamos la blogsfera de gente como tú, poco miedo deberíamos tener de quienes pretenden lesionar los derechos fundamentales del individuo.

Lorenzo Abadía

Libertariano dijo...

Yo diría aún más: ¡viva 1776! Y si me apuras ¡viva 1648! Uno de los problemas españoles es que culturalmente vivimos dominados por la Revolución Francesa, mientras que la herencia positiva es la que arranca de la Revolución Americana. La RF fue el modelo por ejemplo de la Revolución Soviética.

Eric Rohmer, en sus dos últimas y magistrales películas, La inglesa y el duque y Triple agente, lo muestra muy bien.

Con el resto, plenamente de acuerdo contigo, mi jacobino amigo lmb

Gracias Lorenzo Abadía, y espero que nos podamos ver pronto en Zgz

Libertariano dijo...

Son dos cosas diferentes. Evidentemente el PP es un partido, como el PSOE, con muchas sensibilidades. La liberal también está ahí, aunque últimamente bastante de capa caída, con Rato en el FMI.

Y Rajoy es un democratacristiano, en el caso de que sea algo, ya que suele ser excesivamente oportunista. En general, Rajoy nunca me ha gustado, ni por talante, excesivamente cordial para mi gusto más "radical" (en fin, no voy a hablar de nuevo de Tony Blair) y calculadamente ambiguo y falto de referencias doctrinales.

Pero comprendió, inteligentemente, que frente a la retórica nacionalista sólo se podía alzar la virtud liberal, heredera de Jefferson (genial su utilización contra el independentismo) y las Cortes de Cadiz.

Nada más plural que un Estado de Derecho liberal, tan plural como los ciudadanos que la componen, y nada más autoritario que el Estado de los Pueblos, tribal y cateto, que imponen los nacionalistas y ZP.

No solo Jefferson. Si Robespierre levantara la cabeza, guillotinada, y viera a un "sucesor" como ZP, entregando la tradición de izquieredas al particularismo de la diferencia, lo guillotinaba igualmente.

Una cuestión concreta: ¿El PP centralista? Ojalá. Ojalá hubiera un debate racional en España sobre los límites y condiciones realmente eficientes de la descentralización. Por el contrario, se supone dogmáticamente que cualquier descentralización es buena per se, si el más mínimo análisis coste-beneficio.

Y todo ello porque se refuerza los pequeños Estados centralistas autonómicos, fuertemente intervencionistas, haciendo menos fuerte y disminuido el Estado Federal, en comparación y relativamente mucho más liberal.

Pero sí, son dos visiones del discurso de Rajoy (nadie habla del discurso de ZP, porque fue insustancial) y de España. Pero es que yo he estado leyendo últimamente a Ortega y Gasset, a Unamuno y a Maragall (no a Pasqual, evidentemente, sino al del "Visca Espanya") y tú, me temo, a Suso de Toro, Rubert de Ventós y otros teóricos de la "identidad".

Pues la libertad, querido Javi, es, sobre todo, alteridad.

Un saludo

Ismael dijo...

Si no en este caso, Ortega sí dijo algunas barbaridades por la época. Nada que penalize demasiado su grandeza como pensador y como comunicador, por supuesto.

Basta de comparaciones entre la RF y la RA. Como decía Ben Ami, "en Norteamérica no hay catedrales góticas".

Roberto Iza Valdés dijo...
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