"Las ideas son menos interesantes que los seres humanos que las inventan" FranÇois Truffaut

viernes, enero 20, 2006

Una conferencia sobre Heidegger

Cuando pienso en Martin Heidegger me viene a la cabeza la imagen de Frankenstein. El monstruo. Sobre todo, en la terrible escena que filmó James Whale




Heidegger, como su alter ego analítico Wittgenstein, transmite una sensación de pureza, de utopía existencial, como si fueran dos Maestros Zen. El carácter utópico de la filosofía de ambos les llevó a posiciones extremas de violencia conceptual. Leer el Tractatus es como pasear por un campo de diamantes minado con los pies descalzos. Aventurarse en los bosques del pensar reaccionario de Heidegger le hace sentirse a uno Caperucita Roja.



Heidegger fue un nazi de carnet y cuotas satisfechas. No exactamente un nazi filosófico, aunque le atraía de éste su carácter antiburgués y agrario. Wittgenstein, por el contrario, era un urbanita, así que prefirió la compañía de los utópicos comunistas. Incluso proyectó un viaje a la URSS para colaborar como enfermero.



Popper, que puso de manifiesto el totalitarismo implícito en el pensamiento utópico de Platón, mostró también la relación necesaria, en Conjeturas y refutaciones, entre la utopía y la violencia. En este sentido, fue el utopismo ecológico, montaraz y agrario de los nazis el que sedujo a Heidegger, en contraposición a la vulgar rutina de la racionalidad burguesa que había surgido con la modernidad, y que se había transformado operativamente en la democracia parlamentaria, el capitalismo y la alianza entre la ciencia y la tecnología.

A Heidegger se le suele rechazar de plano. Así Popper.

I appeal to the philosophers of all countries to unite and never again mention Heidegger or talk to another philosopher who defends Heidegger. This man was a devil. I mean, he behaved like a devil to his beloved teacher, and he has a devilish influence on Germany.


O bien, como Hannah Arendt, se le comprenfica

Nosotros, que queremos honrar a los pensadores, aun cuando nuestra posición está en el mundo, difícilmente podemos encontrar sorprendente y enojoso que Platón, lo mismo que Heidegger, recurriesen a los tiranos y, a los jefes, puesto que se comprometieron en los asuntos humanos. Ello no puede deberse solo a las respectivas circunstancias temporales y aún menos a un carácter preformado, sino más bien a lo que los franceses llaman una déformation professionelle. Teóricamente puede probarse la inclinación hacia lo tiránico en casi todos los grandes pensadores (Kant es la gran excepción), y cuando esta inclinación no puede probarse en lo que hicieron, esto es así solamente porque sobre «la capacidad de asombrarse ante lo sencillo» muy pocos de ellos estaban dispuestos a «tomar este asombrarse como posición».
En mi caso la sorpresa viene de que Arendt no vea más excepciones. Por ejemplo, Protágoras. Por ejemplo, Locke. Por ejemplo, Spinoza. Por ejemplo, Ortega y Gasset. Por ejemplo, ella misma.

La conferencia de ayer en la Facultad de Filosofía y Letras de Córdoba corrió a cargo de Arturo Leyte, que acaba de publicar un libro titulado simplemente "Heidegger". La austeridad del título se corresponde con la pureza de la interpretación del filósofo. El contenido de la exposición de Leyte se inscribió en la modalidad ¿Qué pensaba realmente X?, y también ¿Qué dijo realmente X? porque en el caso del exjesuita alemán no sólo hay que saber alemán, sino también heideggeriano. Además de otras dificultades, porque en Heidegger, como en Platón, como en Wittgenstein, resulta tan importante lo que dijo como lo que no dijo.

Con un estilo de exposición más propio de un filosofo analítico que la habitual pomposidad expresiva de los metafísicos, Leyte polemiza con lo que denomina capilla heideggeriana, es decir, la ortodoxia interpretativa actual. No cree que Heidegger sea un filósofo sobre el Ser, como podría ser caracterizado Aristóteles (aunque éste abandonó la Metafísica, en otro de los grandes silencios filosóficos), y tampoco que Heidegger dejase de lado el proyecto de Ser y Tiempo, existencialista, para realizar una inmersión en el Ser, a partir de los años 30, coincidiendo con su fascinación por el Mesías ario, y hasta su muerte en 1976.

Leyte presenta un Heidegger radical. Un filósofo de la Nada, del nihilismo como última aventura de la filosofía occidental. Niega implicaciones antropológicas, psicológicas y humanistas en sus principales categorías (la Casa, la Cura, etc.). Un filósofo también del Silencio, en cuanto que imposibilidad del lenguaje que dice sobre las cosas. El fracaso del lenguaje en el sentido de predicación de las cosas habría de ser sustituido por un tipo de lenguaje que mostrase. El modelo de la poesía, al estilo de Hölderlin, frente al modelo de la ciencia por el que se habría extraviado la filosofía desde los orígenes. Lo que se dice intentando atrapar el Ser es siempre incongruente, es siempre un fracaso (la conexión con la mística del silencio en el Tractatus es evidente)

Heidegger aparece así como una versión postmoderna del sofista Gorgias o de la teología negativa. Una filosofía que trata de pensar lo negativo, los NO: el no-lugar, el no-ser, el no como fisura, a partir de la cual surge un ser inestable y tenso que tiende a volver a la grieta, el vacío que se encuentra entre, el concepto de diferencia como opuesto al de identidad sobre el que se habría construido la metafísica occidental. Y esta visión de Heidegger es sólo antropológica, sólo refiere al ser humano como un momento hermenéutico en el que no hay que pararse, sino ir más allá (¿del bien y del mal?) hasta quitarle su presunto privilegio existencial y considerar su estar arrojado como un ente más, despojándose de sus atribuciones como objeto específico y asumir su condición de cosa.

Lo que me sorprendió en la conferencia de Leyte es la negación del carácter reaccionario de la filosofía de Heidegger, ese utopismo montaraz y agrario al que me refería, presentándolo más bien como un profeta del futuro... de la técnica. Por otra parte, no hubo tiempo a tratar la pendiente de su vinculación política.

La exposición de Leyte fue brillante y clara. Aún no he leído el libro, pero la recensión de Pardo señalaba la misma inteligibilidad a la que estoy aludiendo. Heidegger nunca me ha parecido especialmente impresionante. Se me presentaba como un heterónimo de Nietzsche, inmerso en su oceánica filosofía. Aunque Heidegger se veía a sí mismo como el último de los metafísicos en mi opinión es más bien el último de los románticos, el contrapuesto de Hegel, que estaría en el otro extremo totalizador. Nietzsche, por el contrario, siendo también un romántico, fue capaz de superarse a sí mismo, y en el Zaratustra consiguió fundir la filosofía con la poesía como Heidegger no fue capaz. Por otro lado, Ortega y Gasset realizó en paralelo una filosofía más lúcida y moderna que la del alemán. Mientras que Heidegger es poco más que un objeto escolástico, Ortega permanece más vivo que nunca, es nuestro contemporáneo en mucho mayor medida que en sus circunstancias, en la que no podía ser comprendido. En este sentido, y pese a las apariencias, Heidegger es un típico producto de su época, un revolucionario destinado como todos a convertirse en un fósil, mientras que Ortega, como Nietzsche, Kant o Hayek, participa de la rebeldía que está de permanente actualidad.

La Facultad de Filosofía y Letras, como la Filmoteca, en Córdoba está situada estratégicamente entre la Mezquita y El Churrasco. Esta noche he soñado que asistía a una conferencia de Heidegger. Lo que me extrañaba es que incluso entendía el heideggeriano.

4 comentarios:

Anónimo dijo...
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Anónimo dijo...

Magnífica anotación, magnífica. Y en tanto hallo el tiempo necesario para releerla con morosidad y únicamente como señal o huella de que he transitado por ella (¡Dios, las ripiosas rimas!):

> '[…] porque en Heidegger, como en Platón, como en Wittgenstein, resulta tan importante lo que dijo como lo que no dijo.’

Hay una vida que se vive e infinitas vidas que no llegan a vivirse, mas es la vivida la que importa; y cabiendo que haya un paisaje tras una ventana abierta e innúmeros tras esa ventana cerrada, prefiramos la primera. Pienso que lo mismo sucede con las palabras que se pronuncian en relación a las que dejan de pronunciarse, que son aquéllas las importantes si tales palabras merecen la pena; pues por atronador que pueda llegar a ser un silencio, nunca alcanzará éste el estruendo del resonar del propio trueno.

(Lo anterior es solo por no mostrar desmesurado entusiasmo; y sobre tu sueño de esta noche: también yo alguna que otra vez, por desgracia muy pocas, he tenido un sueño maravilloso que es el sueño de que vuelo).

Anónimo dijo...

Amigo. Hay dos posibilidades: o nada que decir, o decir la nada. La segunda opción le queda a usted, con todo respeto, distante. La primera sólo la enfrenta alguien que enfunda su ignorancia adornando el texto con nombres y asomándose a un filósofo luego de asistir a una conferencia. Se nota que usted no sólo no ha leído a Heidegger; si prestara atención a las Meditaciones del Quijote -según Ortega allí están dichas con anterioridad las ideas fundamentales de Heidegger- nos encontramos con reflexiones como las siguientes: "Cuando se habla de una cultura específica no podemos menos que pensar en el sujeto que la ha producido, en la raza"; "¿Por qué el español se olvida de su hrencia germánica?"; "Detrás de las facciones mediterráneas parece esconderse el gesto asiático o africano, y en éste -en los ojos, en los labios asiáticos o africanos- yace como adormecida la bestia infrahumana presta a invadr la entera fisonomía". Vamos: lo invito a leer a los autores que cita con tanta diligencia. Creo que Hayek, autor preferido del séquito pinochetista y de las universidades Opus Dei, debiera ser el primero.

Anónimo dijo...

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