"Las ideas son menos interesantes que los seres humanos que las inventan" FranÇois Truffaut

lunes, enero 23, 2006

Votar - Vetar - Botar

Con el ejemplo de EE.UU. quizás se vea más claro. Para un liberal norteamericano un imperativo cívico es conseguir que la facción republicana que lidera Bush deje el poder. El protofascismo que alienta el populismo intervencionista republicano, concretado en acciones ejecutivas y legislativas como la Patriot Act y el espionaje indiscriminado y arbitrario,, por no hablar de Guantánamo, afectan a la salud democrática y liberal del país, más allá de consideraciones de otro tipo.



El caso es que en un sistema partitocrático como el de EE.UU. las opciones positivas de voto son claramente insuficientes. El mercado electoral parece un economato húngaro filmado por Bela Tarr. Una profunda reforma electoral que abriese las listas y los programas sería lo ideal. Pero es imposible. Aunque sí cabe plantear una reforma electoral mínima, de fácil implantantación, pero que podría tener consecuencias democráticas y liberales de indudable calado.

Uno de los problemas de las democracias actuales es el desinterés en la elección de los representantes. Por eso la idea de Juan Ramón Capella me ha parecido tan sugerente y seductora. A la mayor parte de nosotros no nos gusta ninguna de las opciones partitocráticas. Pero sí sabemos muy bien cual es la que más nos desagrada, la que más atenta contra el bienestar general.

La idea de Capella es que los ciudadanos puedan votar su opción preferida, como hasta ahora, o bien vetar la que más detesten. Al final del proceso electoral, a cada partido se le sumarían los votos positivos y se restarían los negativos. Se abriría automáticamente el rango de opciones de los votantes, se articularía la idea de democracia popperiana según la cual de lo que se trata es de echar al gobierno de forma pacífica, y la idea también popperiana de que lo importante es refutar más que verificar las hipótesis, en este caso políticas. Se incentivaría la participación política. Y todo ello con un coste mínimo, tanto económico como organizativo.

Todo consiste en que el elector pudiera votar afirmativamente a una candidatura o bien refutara a la que considerase más perjudicial. Quizás el candidato demócrata no le satisfaciera, pero entonces podría ejercer su legítimo derecho a votar contra el sucesor de Bush, en el caso de que éste siguiese siendo la política liberticida del mandatario yanqui. O quizás, para ceñirnos al caso español, jamás votaría a Rajoy como presidente del Gobierno pero sí votaría contra Carod Rovira y su forma de influir en la política.

Según Capella, este sistema se utiliza en ciertas órdenes monásticas. Y en el programa de Gran Hermano también lo han usado, como una forma de incentivar la participación y saber con más detalle lo que piensa la gente (pido perdón por la referencia, pero es que no conozco otra)



En España los que como yo pocas veces han votado, o lo han hecho con la nariz tapada, encontrarían una razón de ser para la acción democrática de depositar la papeleta en la urna. Esta acción negativa, además, se corresponde mejor con lo que Popper consideraba la virtud democrática, que no consiste en elegir al mejor gobierno posible sino desembarazarse del malo sin derramar sangre. Vetar es refutar.


6 comentarios:

Eli Cohen dijo...

La iniciativa es muy atractiva, la puesta en práctica, utópica. Ningún partido cederá - y menos los mayoritarios de este bipartidismo inperfecto, que son los necesarios- para configurar una medida así.

Lo único que se le puede asemejar son las encuestas privadas elaboradas por las estructuras mediáticas, ninguna sin manchas de manipulación.

Anónimo dijo...

Me has dado el alegrón del día: llevo pidiendo que me den esa posibilidad no sé cuántos años.

El problema técnico que se me ocurre es que si una gran mayorçía de ciudadanos optáramos por vetar en vez de votar acabaría en el poder cualquier grupúsculo tipo Amigos del Hachís o Falange Española Recientemente Reunificada (A), que por desconocida no generase rechazos.

Me gustaría saber (no puedo acceder al artículo) si Capella ha pensado en eso.

Libertariano dijo...

Sistema electoral y participación política


JUAN-RAMÓN CAPELLA
EL PAÍS - Opinión - 07-01-2006

El sistema electoral español no es de los más receptivos a la participación política. Seguimos usando esencialmente el sistema electoral aprobado por el primer Gobierno de Suárez para las Cortes de la transición. Las listas cerradas de candidatos sólo le ofrecen al elector la posibilidad de mostrar su preferencia por una opción de partido. La vuelta electoral única y el bloqueo de las listas hacen que las alianzas parlamentarias se sustancien sólo entre los elegidos, sin intervención de los electores, a diferencia de lo que ocurre en algunos sistemas electorales foráneos.
El sistema hispano ha resultado ser, por otra parte, de proporcionalidad muy débil pese a existir un mandato constitucional preciso en favor de la representación proporcional. Para adaptarse a ese mandato sería necesario ampliar el número de escaños del Parlamento hasta el máximo previsto en la Constitución; además, tal vez modificar la circunscripción electoral provincial en beneficio de circunscripciones por comunidades autónomas. Y muy probablemente sustituir el cómputo de d'Hondt por otro de mayor finura redistributiva, para que todos y cada uno de los votos sean igualmente determinantes o, dicho llanamente, tengan el mismo peso al traducirse en representación parlamentaria.

Corregir este conjunto de deficiencias no es fácil: pues la reforma necesaria ha de surgir precisamente del acuerdo entre los partidos que se pueden ver afectados por ella. Cada punto, cada aspecto del sistema, ha de ser examinado con lupa en sí mismo y en relación con todos los demás. Por eso, a pesar de sus deficiencias, que son conocidas y notorias, el sistema se viene manteniendo pese a ser como un espejo que deforma la voluntad política ciudadana, que achica unas cabezas y agiganta otras.

Sin embargo, el sistema electoral puede aliviar su lado esperpéntico con una modificación muy simple, que en sí misma no introduce innovaciones substanciales en el sistema de partidos, pero sí en el interés por la participación política de los ciudadanos. Con la particularidad de que ese cambio no es un invento nuevo o no probado, sino que se inspira en una modalidad electoral con larga y contrastada historia en la democracia de algunas órdenes monásticas, para cuyos miembros las elecciones de abad o de prior nunca son una cuestión baladí, pues de sus resultados dependen las condiciones de la vida cotidiana en común.

Se trataría, en suma, de que los ciudadanos pudieran optar entre votar a favor de una de las listas electorales presentadas o votar en contra de una de ellas. Que pudieran optar entre votar y vetar a una sola de las opciones presentadas. Para esto último bastaría introducir en el sobre de la votación una lista tachada; y en el escrutinio deducir los votos negativos o vetos a cada formación de los votos afirmativos, distribuyéndose los escaños según el total de los votos emitidos.

Creo que esta posibilidad, de impoluta virginidad democrática, sólo puede tener efectos políticos higiénicos. El ciudadano que hoy vota tapándose la nariz, por decirlo así -que no está nada convencido acerca de quién debe gobernar-, puede tener muy claro, en cambio, quién no desea en absoluto que gobierne. Con el pequeño cambio sugerido, quienes ahora votan en blanco o incluso los que no cumplen con el deber cívico del sufragio seguramente se sentirán atraídos a expresar su voluntad política y a participar en la vida colectiva, no tanto para manifestar una confianza que no tienen, sino para poner de relieve un temor -o un horror- que les parezca fundado.

Y los partidos políticos, simplemente, experimentarían a corto plazo un fuerte impulso para mejorar: tendrían que calibrar mejor su discurso público no ya para ganar votos, sino simplemente para no suscitar temores; tendrían que explicar mejor sus incumplimientos y sus errores y evitar las políticas no anunciadas, las que llegan al gobierno de matute por no haber entrado en el debate pre-electoral. Con este sencillo cambio, el elector que se sintiera traicionado podría optar entre votar a otro partido o castigar al que en el pasado le sorprendió en su buena fe.

Este minúsculo cambio del sistema electoral no tendría prácticamente costes económicos. Es muy fácil de entender y de aplicar, y seguramente son muchos los conciudadanos que se preguntarán simplemente: "¿Por qué no se nos habrá ocurrido antes?".

De momento, sin embargo, conviene discutir y examinar esta propuesta del derecho y del revés. Muy probablemente resulte convincente, y adecuada a nuestra humana manera de pensar. Muchas veces, aunque no sabemos muy bien lo que queremos, tenemos en cambio una idea precisa y muy concreta de lo que no queremos, y obramos en consecuencia. Si eso nos permite funcionar en nuestra vida personal -a veces acercándonos a lo que queremos, y a veces evitando lo que no deseamos-, ¿por qué no ha de funcionar en la formación de nuestras voluntades colectivas?

Libertariano dijo...

Por el final.

Dodgson, tu argumento de que beneficiaría a la izquierda no me convence. Algo semejante se arguyó contra el voto a las mujeres en la República, que iban a votar en masa a la derecha. ¿Y qué? De todas formas, lo que plantea Capella es pensar la idea, experimentarla, testarla... a ver si sale un procedimiento más democrático y que incentiva un acercamiento de los representates a los reprentados y un mayor control sobre los poderosos.

A lo mejor, no. Pero si no lo experimentamos nunca podremos saber si es o no una buena idea.

De todos modos, Ignacio, creo que a esta forma de votar, vetar, se apuntarían sólo aquellos que como nosotros exigimos más a los partidos que una identificación emocional con unas siglas. Sería una mejora cualitativa pero no creo que beneficiase a grupúsculos minúsculos.

De todos modos quizás se podría considerar que un veto contase 1/2 de un voto para no producir dicho efecto-rebote sobre los muy minoritarios.

Y sí, eli, es muy difícil. Es un recordatorio de que algún día, en algún país, conseguiré votar, mejor dicho, vetar. A lo mejor me tengo que hacer cartujo.

Anónimo dijo...

¿Y no sería más sencllo una segunda vuelta?
Estoy con Ignacio, y si nos da por votar en negativo al 60% del electorado. Creo que es mucho más fácil no coincidir con alguna opción política que encontrar una que te llene plenamente. Luego creo que los votos en negativos serán mucho mayores que los positivos: "-Esta opción política no me termina de gustar, pero estas otras estoy seguro de que no me gustan: voto en negativo."

A mi me gustaría una segunda vuelta y solucionar el problema de los pactos de gobiernos con minorías, que en España son todas nacionalistas.

Creo que todo esto lo crea en gran medida el que los políticos se proclamen como "dueños" de los votos que los ciudadanos le hemos dado. A ver si se enteran que mucha gente les vota pero no convencidad al 100%, luego que no actúen como si así fuese.

A mi me parece mucho más prioritario instaurar algún tipo de elecciones en el Poder Judicial de alguna forma. Y separarlo herméticamente de los otros poderes (o del otro poder). En la realidad yo sólo veo 2 y ya casi que 1,5

Un saludo.

Anónimo dijo...

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