"Las ideas son menos interesantes que los seres humanos que las inventan" FranÇois Truffaut

lunes, febrero 13, 2006

Verdad y democracia liberal

Libertad, ¿para qué? Del mismo modo, Lenin le podría haber dicho a Fernando de los Ríos Verdad, ¿para qué? Creo que Michael P. Lynch tiene razón al sostener que la verdad importa políticamente, que la búsqueda de la verdad es el fundamento de las democracias liberales y que, por el contrario, el cinismo hacia la verdad, propio de los fundamentalistas y los postmodernos, lleva hacia el caos del totalitarismo.

La verdad objetiva y neutral que defiende Lynch es diferente de la Verdad absoluta e ingenua de los que creen en un exilio cósmico, una serie de certezas naturales, desde el que decretar dogmáticamente sus a prioris. Por el contrario, la verdad en tensión, compleja y dinámica que razona el filósofo norteamericano, se aleja de las modas deconstructivistas de los débiles de pensamiento. Entre la cerrazón de los bárbaros y la banalidad de los perezosos mentales, Lynch continúa la defensa de una libertad y verdad entretejidas desde la razón crítica, en la senda de Kant y Adam Smith, de Daniel Dennett y John Searle. La verdad como un presupuesto de la libertad, y configurada como una asíntota de la acción.



Desde la razón crítica, la creencia en la verdad es una condición que posibilita el discurso argumentador. Cuando se impone el dogmatismo de la Verdad hay un monólogo que impone el silencio a su alrededor. Si, en el extremo opuesto, se postula el respeto a todas las voces en una algarabía multicultural se consagra la equidistancia entre las creencias del vérdugo y la víctima, ambos puestos al mismo nivel.

En ambos casos, el dogmático y el postmoderno, con sus estrategias y retóricas tan diversas, terminan por servir al poder tiránico. Aquel en cuanto que se autoimpone como LA fuente de la Verdad (aquella encíclica titulada Fides et ratio, o como el orden de los factores, Su Santidad, altera el producto, el objeto y hasta el universo). Desde la atalaya post, se le reconoce la legitimidad por la que todos los gatos son pardos (así, los maestros de equidistancias, a propósito del asunto de las caricaturas del Profeta de la Sumisión, dijeron: “Hay que tener en cuenta el derecho a la libertad de expresión pero también el derecho al respeto de las propias creencias” El equidistante consigue que una preposición adversativa brille con tal intensidad que borra a sustantivos, verbos, etc. “Pero” dice)

La razón crítica, en el orden social, implica el desacuerdo con quienes ostentan el poder, y dicho desacuerdo presupone un concepto de verdad. Sólo con una noción de la verdad objetiva, dinámica y compleja, es decir aquella entendida desde el principio de la fabilidad del conocimiento humano, esencial en el liberalismo, se puede realizar una sociedad civil democrática. Porque

Un gobierno debería permitir, en la medida de lo posible, que la gente cultivase diferentes concepciones de la vida buena. Hay personas que valoran más la contemplación y la lectura, otras entienden que una vida buena debe incluir la religión y las actividades religiosas, mientras que a otras les parece que no pueden faltar cerveza y pizza a espuertas. Esta segunda teoría sostiene que el gobierno debería permanecer, en lo posible, esencialmente neutral con respecto a cuál sea el mejor modo de vivir la vida.
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El reconocimiento de nuestra libertad para cultivar nuestra propia versión de la vida buena constituye un derecho fundamental. La protección de este derecho, requiere, a su vez, el reconocimiento y la protección mediante la ley de derechos más específicos: derechos a la libertad de expresión y de religión, libertad de reunión, opción sexual, etc. Conforme a esta segunda teoría, este tipo de derechos protegen nuestro derecho más básico a cultivar nuestra propia visión de la vida buena.

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Esta teoría es, por supuesto, el liberalismo tradicional... La visión que ofrece el defensor de la democracia liberal es que la vida mejora si uno vive en una sociedad donde el gobierno se abstiene en lo posible de defender una concepción de lo que hace que una vida sea mejor que otra.


Que el liberalismo no tiene nada que ver con el iusnaturalismo y otras doctrinas intervencionistas desde el particularismo moral parece evidente. Por ello Lynch se ocupa más detenidamente del relativismo moral, epistemológico y político del postmodernismo que, en ocasiones, se identifica con el liberalismo. Así Richard Rorty:

Una sociedad liberal es aquella que se conforma con llamar “verdadero” a cualquiera que sea el resultado de los encuentros sociales

Cámbiese “encuentros sociales” por “alianza de civilizaciones” (ya sé que Rorty jamás sería tan rimbombante) y se entenderá mucho de lo que está pasando, en Palestina y el País Vasco.

Frente al “descafeinado y blando” postmodernismo del liberalismo relativista a-lo-Rorty, Lynch defiende una compromiso político, que ha de ser también epistemológico y ontológico, con un sistema de derechos

Los derechos fundamentales difieren de otros derechos por ser, en palabras de Ronald Dworkin, una cuestión de principios y no de política... Un derecho fundamental no es una cuestión de política; antes bien, es lo que Nozick ha denominado una “constricción secundaria” en la formulación de políticas... los derechos fundamentales se justifican o bien por ser directamente necesarios en virtud del respeto básico debido a la persona humana, o bien por ser constitutivos de cualquier sistema político que confiera un respeto básico a las personas... No podemos perderlos aunque la mayoría ya no desee respetarlos... hay una imposibidad de suprimirlos de manera justificada por el mero hecho de que un gobierno decida un buen día que sería conveniente hacerlo.

De la concepción de los derechos que acabamos de bosquejar se sigue que una condición necesaria para que existan derechos fundamentales es que se distinga entre lo que cree el gobierno (y en el caso de la democracia, la mayoría de los ciudadanos) y lo que de hecho sucede, lo que es verdadero... el liberal debe creer que lo que se admite como verdad puede, sin embargo, no ser cierto. Nuestro propio concepto de derecho presupone el concepto de verdad.

Y esta relación entre libertad y verdad es de ida y vuelta

Aunque es posible... que merezca la pena preocuparse por los valores liberales porque nos ayudan a alcanzar la verdad, no menos cierto es que, si nos preocupamos por los valores liberales, deberíamos preocuparnos por la verdad

Michael P. Lynch. La importancia de la verdad. Para una cultura pública decente. Paidós, Barcelona, 2005. Citas extraídas del cap. 10, Verdad y democracia liberal, p. 195-204



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1 comentario:

Anónimo dijo...

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