Esta nueva reflexión de Malick sobre el conflicto de la naturaleza arcádica del ser humano corrompida por la civilización, pero que aún puede ser recuperada, me ha dejado bastante frío, tanto porque en sus mejores momentos, la conexión que establece con la Naturaleza que es la verdadera protagonista de sus películas, me parece repetitivo y no aporta nada nuevo respecto a las anteriores (las magistrales Malas tierras, Días del cielo, La delgada línea roja), como en los peores, la historia de amor entre Pocahontas y el capitán Smith, en la que los actores, sobre todo el maniquí histriónico que es Colin Farrell, no logran transmitir la trascendencia que Malick querría plasmar.
Hay un problema estructural en el trabajo de Malick con la industria, y es que su rousseaunismo anarquizante no casa con las exigencias mayoritarias que una producción de alto nivel económico exige. Gran parte de las secuencias me parecen capadas, recortadas en su duración, para que no lleguen a aburrir. Sin embargo, así queda invalidada la tensión dentro del plano que defendía Tarkovski y permite saltar de lo aburrido a lo sublime.
Yendo al contenido de la ideología subyacente en las películas de este ex-profesor de filosofía, explícitamente heideggeriano (sobre Heidegger versa su tesis doctoral (que no terminó) y ha traducido algún libro del filósofo filonazi), cabe decir lo que Voltaire sobre el padre intelectual del anarquismo ruralizante Juan Jacobo Rousseau:
su filosofía es la de un mendigo que quisiera que los ricos fuesen robados por los pobres
cuando se lee entran ganas de andar a cuatro patas
En este caso, saldrán del cine y acariciarán los árboles, las flores, los niños... (¡ojo con los niños, que muerden!)
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