"Las ideas son menos interesantes que los seres humanos que las inventan" FranÇois Truffaut

lunes, marzo 20, 2006

Sábado - Ian McEwan. Sobre una guerra de mierda.

Si el dilema es la guerra o la paz, la solución es bien sencilla. Pero si la cuestión es elegir entre una guerra que ocasionará miles de muertes o dejar que un dictador genocida siga en el poder causando quizás más muertes (menos mediáticas, eso sí), y sin esperanza alguna de que se instaure una sociedad mínimamente democrática y liberal, entonces la balanza política no se desequilibrará tan fácilmente.



Por lo menos esto es lo que plantea Ian McEwan en Sábado, la novela que ha sido considerada por el New York Times una de la mejores del 2005. El protagonista es un neurocirujano que en un día tendrá que hacer frente a amenazas violentas de muy diversa índole. Desde un altercado barriobajero a la sombra de la destrucción que baja de los cielos, con el trasfondo de las manifestaciones contra la guerra de Irak de fondo.



El propio McEwan participó en las manifestaciones reales que se produjeron en Gran Bretaña, aunque su ánimo era sombrío, a diferencia de la algarabía del resto de los manifestantes. McEwan tenía la sensación de ser el único que se manifestaba con el corazón encogido por el hecho de que no emprender la guerra significaba también dejar a Saddam Husein en paz y, por tanto, dejar tirados a millones de iraquíes.

“... Aparece un reportero en medio de una temprana aglomeración de manifestantes... Todo este despliege de felicidad es sospechoso. A todos les emociona salir juntos a la calle... Si piensan –y quizás tengan razón- que la tortura es incesante, las ejecuciones sumarias, la limpieza étnica y el genocidio ocasional son preferibles a una invasión, deberían estar tristes”

La perplejidad que intenta transmitir el neurocirujano a su hija, una poeta que milita fervorosa y doctrinariamente en el bando de los pacifistas, choca contra la intransigencia de ella a admitir la más mínima duda por su parte acerca de su posicionamiento sobre la guerra. Frente al racionalismo dubitativo, un epíteto al fin y al cabo, del neurocirujano, la hija habla con la ira de la santidad, que nunca se equivoca.

“Creía, en cambio, en cada instante, en un trillón de trillones de futuros posibles; la selección del puro azar y las leyes físicas le parecían una liberación de las intrigas de un dios lúgubre”

“... el primer ministro podría ser sincero y estar equivocado... O quizás salga bien: el dictador derrotado sin cientos de miles de muertos y, al cabo de uno o dos años, una democracia por fin, secular o islámica... Henry experimenta su propia ambivalencia como una forma de vértigo, de indecisión ofuscada. En la neurocirugía eligió una profesión segura y sencilla”

McEwan refleja en su novela la acomodaticia postura de los que claman contra la injusticia animados únicamente por sus buenas intenciones. Ese buenismo de los jóvenes occidentales instalados en un consumismo ecologista y onegero de cara a la galería. Siempre dispuestos a comprarse la camiseta con el mensaje más comprometido pero incapaces de profundizar ideológicamente en las auténticas causas de la pobreza y la guerra: gobiernos tiránicos basados en religiones sádicas y/o ideologías simplistas que incentivan el odio, desde el izquierdismo de los radical chic hasta sus opuestos conservadores nacionalistas y conservadores.

Frente al utopismo de ong y sacristía, McEwan plantea el respeto hacia la objetividad, la honestidad del que se planta ante la realidad asumiendo sus límites

“Un hombre que trata de aliviar las calamidades de las mentes deficientes reparando cerebros no tiene más remedio que respetar el mundo material, sus límites y lo que sostienen: la conciencia, nada menos... el desafío debería ser lo real, no lo mágico... lo sobrenatural era el recurso de una imaginación insuficiente, una negligencia en el cumplimiento del deber, una pueril evasión de las dificultades y prodigios de lo real, de la exigente recreación de lo verosímil... No más mágicos tambores de enanos... Cuando puede pasar cualquier cosa, nada tiene importancia”



Aunque al tiempo, en ocasiones y casi pidiendo perdón, es capaz de imaginar transhistóricamente, en lugar del sempiterno lamento de los quejicosos milenaristas, siempre a la búsqueda del fin de los tiempos que ponga fin a su resentimiento contra la vida (que ha encontrado en el catastrofismo sobre el cambio climático su última manifestación mítico-laica)

“... baja la ventanilla para degustar plenamente la escena: la paciencia bovina de un atasco, el áspero regusto de humaredad glaciales, las estruendosas maquinarias ociosas en seis carriles rumbo al oeste, el sordo y desenfadado impacto de la industria del espectáculo, las luces rojas que se extienden por delante hacia la ciudad y los faros que la abandonan. Trata de ver todo esto, o de sentirlo, en términos históricos, este instante de los últimos decenios de la era del petróleo, cuando un artefacto del siglo XIX alcanza su perfección definitiva en los primeros años del XXI; cuando la riqueza si precedentes de las masas que se afanan en la implacable ciudad moderna ofrece una visión que ninguna época anterior podría haber imaginado. ¡Gente corriente! ¡Ríos de luz! Quiere obligarse a verlo como lo verían Newton o sus contemporáneos... No hay duda de que se quedarían sobrecogidos.... Pero no consigue engañarse del todo. No logra trascender el peso de hierro de lo real para ver más allá... de las monótonas esperanzas comerciales de la hilera de tiendas junto a las que lleva quince minutos parado... No posee el don lírico de ver más allá...”

Para los españoles que tan unánimente se posicionaron contra la guerra de Irak –una unanimidad no reflexiva sino vociferante, amenazante y a empujones- vendría muy bien el hábito del escepticismo y la ambivalencia razonada que transmite McEwan en esta ejemplar, en todos los sentidos, novela.

“A favor o en contra de la guerra contra el terror, o de la guerra de Irak; a favor de que derroquen a un tirano odioso y a su familia criminal, a favor de la definitiva inspección de armas, la apertura de las cárceles donde se practica la tortura, la localización de las tumbas colectivas, las posibilidades de libertad y prosperidad, y a favor de lanzar una advertencia a otros déspotas; o en contra del bombardeo de civiles, los inevitables refugiados y hambrunas, la acción internacional ilegal, la cólera de los países árabes y el crecimiento de las filas de Al Qaeda...”

Aunque quizás no sea más que una cuestión generacional como defiende la artista hija.

“¿Por qué será que toda la gente que he conocido que no está en contra de esta guerra de mierda tiene más de cuarenta años? ¿Qué os pasa cuando envejecéis? ¿Tenéis prisa en correr hacia la muerte?”

Y pensar que aún me falta para la cuarentena...

1 comentario:

Anónimo dijo...

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