"Las ideas son menos interesantes que los seres humanos que las inventan" FranÇois Truffaut

viernes, abril 14, 2006

El Gordo de la República

Viernes Santo y aniversario redondo de la República. Los primeros años el sesgo anticlerical y anticatólico puso en problemas incluso la Semana Santa. 75 años después la conmemoración republicana huele a incienso y patatas asadas. Pimienta y sal. Los niños flipan con los pasos. Le gritan “guapa” a la Virgen, recogen la cera de los cirios para hacer bolas coloristas. España es una performance católica y la Iglesia se convierte en el gran artista colectivo y contemporáneo de la globalización. Los herederos de Duchamp y Beuys muerden el polvo ante esta demostración masiva de músculo ritual. A mi lado un padre le dice al hijo que lleva sobre los hombres “míralo, murió por ti”. El crío aplaude al crucificado culturista mientras la banda toca una desafinadísima pieza que me parece que es el himno de España. ¿Interpretarian en 1936 el himno de Riego?



La Rep., la 2ª, aparece ante nuestros ojos como el mejor y el peor de los tiempos. Lorca, Buñuel, Ortega, Alicia Navarro... culturalmente España estaba en la cumbre. Pero políticamente se desplomó Con el brillo de lo que pudo haber sido y no fue. El fulgor de las ocasiones perdidas es sin embargo engañoso y falso la mayor parte de las veces. La Rep., la 2ª porque de la 1ª, curioso, nadie quiere acordarse, mantiene el fulgor del resplandor del fuego de las iglesias que entonces se quemaron. A algunos ese resplandor se les adivina en las pupilas, como en las del replicante se veían las llamaradas de la futurista Los Ángeles de Blade Runner. ¡Qué tiempos aquellos en que a los católicos se les daba su merecido, no como ahora en que hay que pactar con los vampiros del espíritu!



Y es que el triunfo cultural, como ahora había poetas debajo de cada piedra y aquellos además eran buenos, se producía al tiempo que se expulsaba a los jesuitas, los vampiros jefes, y se prohibía a los clérigos enseñar mientras se intentaba sustituir la fe en Dios por la fe en el Estado (Nietzsche había advertido que nunca nos libraríamos de Dios mientras creyéramos en la gramática. Y que el Estado es el poder más frío y cruel)

Fue una República, también y sobre todo, de poetas-políticos, es decir, de aficionados. Azaña, Pasionaria, Gil Robles, José Antonio... poetas todos ellos de la tribuna. Se reunían doscientas mil personas para escuchar a Azaña, unas cuantas más para temblar con el verbo riguroso de Gil Robles, unas cuantas menos para temer el florilegio de José Antonio o entrar en éxtasis con Pasionaria, la mística materialista. Y los poetas-poetas lo mismo le cantaban a un árbol seco que a un sociópata político, se lamentaban por no poder asesinar y eran asesinados. Duros tiempos para la lírica, no como ahora convenientemente esponsorizada y subvencionada (ahora nuestros poetas en general están gordos de carnes y anoréxicos de poesía)

La República se me aparece encarnada en la figura fofa y tristona de Manuel Azaña.

no le descubro a usted el Mediterráneo si le digo que Azaña era un burgués liberal; él mismo se definió así en el mitin de Mestalla. Cuando llegábamos a los pueblos y saludábamos desde la ventanilla, nos recibían con el grito de "¡Abajo la burguesía!", hasta que en una de ésas, Azaña se cansó, sacó la cabeza por la ventanilla y contestó: "¡Idiotas, yo soy burgués!"


Como el Gordo de Minnesota tenía esa elegancia paradójica de los que mueven los kilos de sobra como si no fuesen de grasa.



Como el Gordo agente policial Hank Quinlan era doctrinario, autoritario, arrogante y estaba convencido de conocer mejor que nadie lo que se escondía tras la confusión de las apariencias.




Quinlan estaba tocado por el diablo y sediento de mal. Pero como les sucede a los que están convencidos de buscar el bien no se daba cuenta. Quinlan se fiaba de su intuición sobrenatural para dictaminar la culpabilidad respecto de un crimen. Y procedía en consecuencia. Si no había pruebas, las fabricaba. No dejes que la realidad, o la falta de ella, estropee una buena acusación. No dejes que la realidad te estropee una República.

Era un hombre muy inteligente, un verdadero hombre de Estado. No obstante, estaba prisionero de una tradición de desdenes, de fracasos políticos personales y del clima moral que dominaba en la gran mayoría de los republicanos.

Y a quien no le guste que se prepare. Unamuno y otros republicanos moderados le pidieron que derogase la censura impuesta a los medios de comunicación. Quiá: “el régimen de prensa es de absoluta libertad. Todo el mundo puede decir lo que quiera, siempre que no ataque a la República en los actos definidos por la ley” Ante esta sharia republicana parecía que Azaña se consideraba a la vez el Alá y el Profeta de un movimiento doctrinario, democrático, laicista (laicismo positivo, que pretende imponer sus dogmas a la sociedad, contrariamente al negativo, que sólo pretende la separación del Estado respecto a cualquier credo religioso y/o político), estatista...

Azaña era el primer orador del Parlamento, el hombre más capaz; sin embargo, había tenido que esperar la llegada de la República en medio de la hostilidad de gentes de ideas cercanas a las suyas. Había llevado una vida casi marginal, y esa triste espera había agriado su carácter. Le oí referir a él mismo que, una vez, una mujer pública le había mordido y se había asustado por lo amargo de su sangre. Era agrio todo él.



La República había llegado a España pero los españoles no se habían hecho republicanos. El Gordo interpretado por Azaña, como el Gordo interpretado por Welles, no tenía paciencia con la realidad. Así que había que buscar atajos. Quinlan construía la realidad acusatoria, Azaña construía la realidad republicana. Se hizo famoso su “Ladran, luego cabalgamos” Pero pronto la jauría anti-republicana se hizo demasiado poderosa, y desde la izquierda y la derecha lanzaban mordiscos contra un caballo cada vez más agotado de aguantar semejante carga.

Azaña era un intelectual puro, con todas sus virtudes y defectos que ello implica, y sufrió mucho en el ejercicio del poder. Las matanzas de la retaguardia republicana, y especialmente las de la cárcel modelo, le hicieron pronunciar una frase que le honra: "No quiero ser presidente de una República de asesinos"


Frente a Quinlan el menos genial Charlton Heston trataba de reconducir el proceso por las vías establecidas ganándose la animadversión de los que seguían el carisma y la genialidad de su líder. Había políticos durante la República más pragmáticos y razonables que el líder republicano. Lerroux, todavía satanizado y calumniado por historiadores como Paul Preston, Alcalá Zamora, que tenía el doble inconveniente de ser moderado y católico o Miguel Maura. Clara Campoamor deseaba una unión entre los dos líderes republicanos, Lerroux y Azaña, pero el mesianismo populista en el que se había instalado el segundo, al frente de un imposible Frente Popular, hacía imposible el consenso que hubiese salvado a la República de convertirse en un régimen corporativo como pretendía la derecha más reaccionaria de la CEDA o un régimen revolucionario como quería desde el PSOE hacia la izquierda.

"La guerra está perdida; pero si por milagro la ganáramos, en el primer barco que saliera de Espña tendríamos que salir los republicanos, si nos dejaban".


Quinlan tenía razón, como Azaña que estaría medianamente contento con el actual Estado de Derecho, aunque consternado viendo como España se centrifuga en reinos de Taifas cada vez más autistas y asfixiante. Y se quedaría pasmado de los neoburgueses que aplauden retrospectivamente una República que sus ancestros ideológicos despreciaban por “burguesa” y que hicieron todo lo posible por dinamitar.






En 1935 se creó una condecoración “la Banda de la República”. ¿A quién dársela? Pues naturalmente al primer intelectual de España, y decían las malas lenguas que quinto de Alemania: el filósofo José Ortega y Gasset, que tanto había hecho por traer la República. Pues bien, Ortega la rechazó. Más tarde liberales como Salvador de Madariaga o Claudio Sánchez-Albornoz llegaron a reclamar una dictadura republicana para acabar con una democracia inestable, antiliberal desde sus orígenes y a punto de despeñarse: o por la República corporativa de los conservadores católicos, que no le habían perdonado al régimen su furibundo anticlericalismo, o por la República revolucionaria de la izquierda socialista, comunista y anarquista.

Una República mal diseñada, a medio camino entre el presidencialismo y el parlamentarismo, asaltada desde la derecha reaccionaria y la izquierda revolucionaria, en la que el personalismo y la cortedad de miras de los que pudieron centrarla repercutió en su fracaso estructural político.

no podía estar con los rebeldes porque era liberal y republicano, ni podía estar con las gentes republicanas porque ya no lo eran; eran socialistas, comunistas, anarquistas… No creía en ninguno de los dos bandos; en el de los franquistas, de ninguna manera, porque representaban todo lo contrario de lo que yo había amado, vivido, sentido, y en el otro, tampoco, porque el deslizamiento hacia el comunismo era evidente. (…)





Entrevista a Claudio Sánchez Albornoz

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