"Las ideas son menos interesantes que los seres humanos que las inventan" FranÇois Truffaut

domingo, septiembre 10, 2006

Mario Vargas Llosa también es fan de Bauer (24 forever)

Triunfadora de los últimos Emmy, y a la espera que salga el especial sobre 24 que los de Letras de Cine están preparando, don Mario Vargas Llosa se descuelga en El País con un artículo en el que le rinde honores a nuestro Sísifo antiterrorista favorito.

(Salvo Anatomía de Grey, el resto de las derrotadas (House, El ala oeste de la Casa Blanca, Los Soprano) son de lo mejorcito de la edad de oro de la televisión norteamericana)





Vargas Llosa no sabe que sigue cavando su propia tumba ideológica, porque la serie ya ha sido decretada por los cruzados de lo políticamente correcto (Ramonet, Zizek) como apología del fascismo. Vestir una camiseta CTU será aún peor que rendir homenaje a la yerba opio-de-la-juventud.

Me voy a meter en un lío (© Mario Vargas Llosa, 2006. © Derechos mundiales de prensa en todas las lenguas reservados a Diario EL PAÍS, SL, 2006... En cuanto Vargas Llosa o Polanco lo indiquen, lo retiro) pero posteo el artículo entero, amparándome en mi condición de fan total de Vargas LLosa (ojo al nombre del amigo que le regala los dvd de la serie) y Bauer (esta noche dos nuevos episodios en A3. No sé cuanto falta para el último, pero si hasta ahora ha sido de infarto (ese inicio con el asesinato más cruel... pero el último capítulo os helará la sangre en las venas. Si inmenso está Sutherland, genial resulta Gregory Itzin como el presidente Charles Logan, una mezcla de Nixon y Godoy.)


El agente federal Jack Bauer no come, ni bebe, ni duerme, porque esas
funciones orgánicas le harían perder tiempo en la misión que, a él y
al puñado de sus compañeros de la unidad antiterrorista, situada en
Los Ángeles, les absorbe la vida entera: luchar contra la miríada de
poderosas organizaciones internacionales de fanáticos y mercenarios
que odian a Estados Unidos y quieren destruirlo, infectándolo con
gases deletéreos, epidemias bacteriológicas o en un Apocalipsis
nuclear.

Cuando mi amigo Bobby Dañino me regaló la primera serie -seis discos
con cuatro horas de episodios cada uno- de 24 (Twenty four), se lo
agradecí, advirtiéndole de que nunca veía ese tipo de programas y que
probablemente tampoco haría una excepción con su regalo. Me desdigo:
lo vi de principio a fin y he visto, asimismo, las cuatro series
siguientes y me propongo no perderme un solo episodio de la sexta que
comenzará a difundirse en Estados Unidos a partir del próximo año. No
conozco a nadie que se haya asomado a esa serie sin quedar enganchado
a ella como yo y me parece perfectamente comprensible el éxito que ha
tenido en su país de origen y en casi todo el resto del mundo y,
merecidísimos, los premios Emmy que acaban de obtener sus productores
y actores.

Las razones de ese éxito son las mismas que causaron la enorme
difusión de los mejores folletines del siglo XIX, los que escribían
Alejandro Dumas y Eugenio Sue, por ejemplo, o, siglos atrás, de las
novelas de caballerías: bosques de historias de trepidante acción en
las que justicieros individuales deshacen los entuertos de las
autoridades y de los poderosos, de manera que prevalezca siempre la
justicia, y en las que, al trasluz de sus gestas heroicas, se llega a
palpar una realidad viviente, doméstica, y a conjurar los grandes
demonios que atormentan al subconsciente colectivo. Luego del 11-S, el
terrorismo ha pasado a ser el íncubo obsesionante en todos los países
occidentales -con razón- y es secretamente tranquilizador saber que en
el seno de ese imperio todopoderoso, al que se creía invulnerable,
golpeado con tanta eficacia como crueldad por los fanáticos
islamistas, existe aquella banda de hombres y mujeres fríos,
eficientes, extraordinariamente diestros en el manejo de la
tecnología, las armas y la resistencia física y psicológica a las
peores violencias, que siempre se las arreglan para detectar las
conspiraciones y atentados y frustrarlos (aunque, a veces, con
elevadísimos costos).

Cada serie dura un solo día, y cada episodio ocurre en una hora, pero
en ese breve tiempo suceden tantas cosas que uno tiene la sensación de
que todo aquello se prolonga en verdad a lo largo de semanas o meses.
Los guionistas cambian y como es lógico hay episodios más logrados que
otros pero el formato está tan bien concebido, los personajes tan bien
dibujados en sus estereotipos, y los altibajos de la acción tan bien
graduados para mantener la expectativa y la ansiedad, con toques de
sentimentalismo y de humor que equilibran las escenas de violencia, a
veces casi intolerables, que la historia, con todas sus exageraciones
e inverosimilitudes, fluye con naturalidad y mantiene capturada la
atención del espectador como las mejores películas policiales.

Uno de sus aciertos es la alternancia constante de lo privado y lo
público en el desarrollo de la acción. Ésta pasa de las discusiones
más trascendentes en el cogollo del poder, la Casa Blanca, el
presidente de Estados Unidos, sus ministros, los jefes militares y
policiales, a las menudas pellejerías familiares de los agentes
federales, héroes y heroínas de perfil legendario en el campo de
batalla y, todos ellos, sin excepción, víctimas de sórdidos y
lastimosos problemas conyugales, con maridos o mujeres, hijos o
ma-dres que les causan incontables quebrantos, y preocupados, como el
común de los mortales, por si el modesto salario del que viven cubrirá
los gastos del mes, conservarán o perderán sus empleos y si, en los
próximos ascensos, figurarán entre los beneficiados.

Jack Bauer (un Kiefer Sutherland que, me temo, no podrá sacudirse ya
nunca del magnífico personaje que ha encarnado) es un ejemplo
emblemático de estos contrastes: presidentes y ministros lo admiran,
le consultan, le encargan las misiones más delicadas, y, al mismo
tiempo, su celo profesional sólo le acarrea inconvenientes, y, por su
misma consecuencia, es un peligro para todo el mundo, empezando por
sus jefes y sus subordinados. Para poder filtrarse en una banda de
traficantes de droga mexicanos que colaboran con los terroristas se
volvió un adicto a la heroína y esto, en vez de enriquecer su hoja de
servicios, hace que lo echen de su puesto (pero después lo
reincorporan, por supuesto). Su vida sentimental es un desastre:
asesinan a su mujer y su amante queda horrorizada de él cuando ve la
glacial serenidad con la que tortura a reales o supuestos culpables
para obtener información.

La serie es implacable en su presentación de la clase gobernante:
ministros, generales, senadores, el propio presidente de la República,
son, a menudo, mediocres, corruptos, ineptos, ávidos, dispuestos a
sacrificarlo todo para mantener su cuota de poder. Sin Jack Bauer y
sus compañeros de la unidad antiterrorista los conspiradores y
enemigos de Estados Unidos, movidos por el fanatismo religioso o por
la simple codicia, ganarían todas las batallas y pondrían de rodillas
al sistema. Entre los propios militares y policías suele predominar
una visión pedestre de lo que está en juego: no tomar decisiones es
preferible a tomarlas siempre que haya un riesgo que ponga en peligro
la estabilidad burocrática. A diferencia de los terroristas, que,
sobre todo si son árabes, muestran una convicción de acero que se
traduce en su predisposición al martirio, quienes llevan las riendas
del poder en Estados Unidos parecen, con algunas escasas excepciones,
desvaídos pobres diablos incapacitados para las tareas que tienen
sobre las espaldas, siempre dubitativos, no tanto por escrúpulos
morales y apego a la ley como por su horizonte intelectual y cívico
rastrero, sus mezquinos apetitos y su falta de idealismo y de
imaginación. Sólo en Estados Unidos, una sociedad que ha hecho un
verdadero deporte de la auto-flagelación, puede, una serie popular de
televisión que ven decenas de millones de telespectadores, mostrar una
imagen tan absolutamente deleznable y feroz de sus políticos y
autoridades.

Es verdad que para compensar esas carencias están allí Jack Bauer y
los suyos. Ahora bien: estos cruzados están lejos de ser epítomes de
lo que debería ser una conducta democrática. Ellos y sus jefes creen,
o, en todo caso actúan como si creyeran, que ceñirse a la ley es
incompatible con una acción eficaz contra el terror, y, por tanto, la
violan todas las veces que lo creen necesario. La unidad
antiterrorista tiene un centro de torturas en su propio local y
especialistas en practicarla, a fin de arrancar confesiones a
verdaderos o falsos culpables. Todo vale para conseguir la información
indispensable: desde chantajear a una madre hasta dar tormento a un
niño o someter a un detenido a descargas eléctricas. Desde luego que,
entre las licencias que los agentes se toman, figura la de secuestrar
a diplomáticos o ciudadanos extranjeros y, llegado el caso, asesinar a
enemigos y cómplices para evitar el riesgo de que, si son procesados,
puedan escapar al castigo o revelar hechos comprometedores para los
propios servicios de seguridad estadounidenses. Así, aunque 24 (Twenty
four) no lo diga de manera explícita, claramente muestra que la
filosofía de Jack Bauer es la adecuada, dadas las circunstancias: al
terrorista contemporáneo sólo se lo derrota con sus propias armas. El
problema es que si este criterio prevalece el terrorista ha ganado,
pues la democracia ha aceptado sus reglas de juego.

¿Es demasiado forzado entrar en semejantes elucubraciones con una
serie televisiva que sólo persigue divertir, y lo consigue
estupendamente, y no hace alarde de pretensiones ideológicas ni
siquiera políticas? Tal vez lo sea. Pero la verdad es que la ficción
en particular, y la cultura en general, no son nunca gratuitas, tienen
siempre unas raíces que se hunden en una problemática social, y éste
es uno de los factores que determinan el éxito o el fracaso de los
productos artísticos. Aunque una ficción sea inmediatamente reconocida
como algo que no es una objetiva representación de la vida, si en
ella, de algún modo, a veces muy indirecto y alegórico, el espectador
-o lector- no se siente expresado, provocado, retratado, difícilmente
se identificaría con sus personajes y sucesos y se dejaría seducir por
ella al extremo de vivir sus mentiras como si fueran verdades.

24 (Twenty four) nos atrapa en sus redes por lo bien hecha que está,
la excelencia de sus guiones y montajes y la impecable actuación de
sus actores y sus técnicos, pero todo ello no hubiera servido de gran
cosa si esta ficción no rezumara por todos sus poros unos de los
terrores contemporáneos, que, como el pánico a la peste negra en la
Edad Media, o a la tuberculosis en el siglo XIX, se ha apoderado de
los espíritus occidentales desde 1l-S: la bomba que hará volar en
pedazos el avión, el metro o el tren en que viajamos, o la operación
que infectará de microbios homicidas el agua que bebemos o el aire que
respiramos, e interrumpirá nuestro sueño tranquilo o nuestro trabajo
en la oficina con aquella cegadora explosión que nos convertirá en
polvo radioactivo. En esas condiciones, consuela fantasear que allá,
en la sombra, insomnes, incansables, feroces, Jack Bauer y sus
compañeros, esos terribles justicieros, a la manera del Amadís o de
D'Artagnan, se llenan de sangre y de horror para salvarnos, y
permitirnos vivir con la conciencia tranquila.

13 comentarios:

Berlin dijo...

Yo quiero un Bauer en España, joder Libertariano, ¿tú que tienes contactos?, ¿no podríamos tener a un Bauer en lugar de un Telesforo Rubio? Ya tenemos al presidente Logan, ¿no?

Zelig dijo...

Hola Santiago.

Apúntate la nueva serie de Aaron Sorkin para esta temporada: "Studio 60 On The Sunset Strip", sobre los entresijos de la grabación de un programa tipo "Saturday Night Live".

El estilo de "El Ala Oeste" con muchos personajes y excelentes diálogos pero trasladado al mundo de la televisión.

El prepiloto ya corre por la mula.

Anónimo dijo...

Pues yo tengo objeciones contra 24, objeciones puramente narrativas. Los guionistas necesitan atribuir unos poderes casi omnímodos a los malos y despojar de recursos (a veces de forma ridícula) al gobierno americano para que las amenazas den el miedo que necesitan.

Lo que pasa es que no te dejan pensar...

Libertariano dijo...

Te hago caso c293 y matizo el spoiler ¡sobre el inicio de esta temporada! No creo que haya ningún, ningún, seguidor de la serie que a esta hora no lo conozca, pero bueno...

Albert 24 está rozando el ridículo de lo inverosímil en cada capítulo. Como los trapecistas sin red que se ponen a hacer saltos mortales uno de sus atractivos es el morbo que da esperar que se la peguen.

Cuando se caigan, se van a caer con todo el equipo, y como pasó con Miami Vice, en otro estilo, al final nos parecerá Bauer un hortera patético. Pero mientras, disfrutemos en el borde del abismo argumental y la atmósfera adrenalínica.

Me apunto la serie zelig, aunque todavía me faltan temporadas de El ala oeste, que compraré en play. Qué sinvergüenzas son en TVE..

Zelig dijo...

Que les den morcilla a TVE y al resto de las cadenas generalistas.

Yo en TVE solo he visto la primera temporada y parte de la segunda. En esas condiciones de emisión no me dio la gana de ver más.

El 10 de octubre sale a la venta en España la 5ª temporada de El Ala Oeste. Y en pocos meses más saldrán las dos últimas.

Cuando tenga todas las temporadas me haré una maratón con toda la serie a razón de uno o dos capítulos diarios.

He descubierto que esta forma de ver mis series favoritas me permite disfrutar de ellas de una manera mucho más intensa.

La visión diaria hace que la tensión dramática no se enfríe tanto como cuando transcurre una semana entre dos capítulos. También ocurre que "convives" con los personajes a diario, durante varios meses, y cuando la serie acaba te descubres echándolos de menos.

Puede que ver "24" en 24 horas sea demasiado cansado. Pero "24" en tres o cuatro días es mucho más que "24" en 24 semanas. ;-)

egolandia69 dijo...

Amigo Santiago, te he dejado unas flores aquí

http://elciudadanoliberal.blogspot.com/2006/09/s-navajas-el-jardinero-fiel-y-el-auto.html

que a lo mejor te apetecen leer.
Saludos.

Libertariano dijo...

Buen matiz, Alejandro. Y, por cierto, Zelig, alguna temporada de 24 me la zampado seguida. Dieciocho horas de intensidad. Es como una procesión, o hacer el Camino de Bauer, sufrimiento y penitencia.

Gracias Xabier por el comentario, me ha gustado mucho

Anónimo dijo...

Queridos amigos Bauerianos notifico que he tendio que empezar a tomar diazepam... nuestro Lider Jack necesita de toso nuestro apoyo...Necesitamos a Jack en Venezuela urgentemente para resolver algunos problemillar electoreros.. Slsd

Alainchis

Anónimo dijo...

No entiendo a esta gente, tan intelectual pero incapaces de entender el argumento de una serie...en este 5ºdia los malos no son los terroristas, ni siquiera unos politicos torpes sino que es el sistema economico yanki, asumiendo la serie una interpretacion de la realidad proxima a la extrema-izquierda presenta a una especie de gabinete de multinacionales controlando todo y siendo intocables, incluso ordenando al presidente su suicidio, ¿pero que serie miraron vargas llosa, ramonet y demas intelectuales??

Anónimo dijo...

Supongo que Vargas Llosa vio la primera temporada, porque el recien estaba viendo los DVDs que le regalaron cuando escribió..pero aparte de eso, me agrada la gente que le gusta las cosas sin hacerse tanto problema, sin analizarlo tanto, 24 se deja ver y causa adicción para seguir viendo episodio tras episodio, no recuerdo otra similar.

Anónimo dijo...

Hola,

Como amante de los heroes y desde hace poco alguien que tiene esperanza por la television de nuevo, os recomiendo que leais.....



http://www.samantha-devin.com/blogger/2007/02/hroes-de-ayer-y-de-hoy.html#links

Sebastian Cespedes Montero dijo...

Aunque esa serie no me gusta, me parece genial que un intelectual de peso latinoamericano elogie una serie norteamericana.

billy dijo...

tienes mucha razon sexy XD. bueno la verdad es que 24 entretiene y punto. el argumento esta hecho para ser adictivo y lo logra, y como lo dijo algun anonimo, basta de analizar tanto estas cosas y solo disfruten 24 que es de lo mejor que se ha hecho.