"Las ideas son menos interesantes que los seres humanos que las inventan" FranÇois Truffaut

martes, febrero 20, 2007

Borges, crítico de cine: 1. Luces de la ciudad, de Chaplin

El que misteriosamente se nombra Luces de la ciudad de Chaplin ha conocido el aplauso incondicional de todos nuestros críticos; verdad es que su impresa aclamación es más bien una prueba de nuestros irreprochables servicios telegráficos y postales, que un acto personal, presuntuoso. ¿Quién iba a atreverse a ignorar que Charlie Chaplin es uno de los dioses más seguros de la mitología de nuestro tiempo, un colega de las inmóviles pesadillas de Chirico, de las fervientes ametralladoras de Scarface Al, del universo finito aunque ilimitado, de las espaldas cenitales de Greta Garbo, de los tapiados ojos de Gandhi? ¿Quién a desconocer que su novísima comédie larmoyante era de antemano asombrosa? En realidad, en la que creo realidad, este vitadísimo film del espléndido inventor y protagonista de La quimera del oro no pasa de ser una lánguida antología de pequeños percances, impuestos a una historia sentimental.

Alguno de estos episodios es nuevo; otro, como el de la alegría técnica del basurero ante el providencial (y luego falaz) elefante que debe suministrarle una dosis de raison d’être, es una reedición facsimilar del incidente del basurero troyano y del falso caballo de los griegos, del pretérito film La vida privada de Elena de Troya. Objeciones más generales pueden aducirse también contra City Lights. Su carencia de realidad sólo es comparable a su carencia, también desesperante, de irrealidad. Hay películas reales –El acusador de sí mismo, Los pequeros, Y el mundo marcha, hasta La melodía de Broadway-; las hay de voluntaria irrealidad: las individualísimas de Borzage, las de Harry Langdon, las de Buster Keaton, las de Eisenstein. A este segundo género correspondían las travesuras primitivas de Chaplin, apoyadas sin duda por la fotografía superficial, por la espectral velocidad de la acción, y por los fraudulentos bigotes, insensantas barbas postizas, agitadas pelucas y levitones portentosos de los actores. City Lights no consigue esa realidad, y se queda en inconveniente. Salvo la ciega luminosa, que tiene lo extraordinario de la hermosura, y salvo el mismo Charlie, siempre tan disfrazado y tan tenue, todos sus personajes son temerariamente normales. Su destartalado argumento pertenece a la difusa técnica conjuntiva de hace veinte años. Arcaísmo y anacronismo son también géneros literarios, lo sé; pero su manejo deliberado es cosa distinta de su perpetración infeliz. Consigno mi esperanza –demasiada veces satisfecha- de no tener razón.


Tener razón o no tener razón, esa no es la cuestión, sino la de aportar razones. Esta magnífica crítica negativa de la estupenda película de Chaplin es ilustradora de lo que cabe esperar de un crítico: argumentos que iluminen la estructura y el significado de una obra: La conjunción con otras películas, algunas olvidadas, otras convertidas en clásicos. La relación con distintos universos culturales, las ironías o los fogonazos de admiración.

Luces de la ciudad es una película perfectamente moderna aunque cuando fue rodada era una antigualla. Rodada en 1931, el ímpetu del sonoro amenazaba con convertir en un fósil al mismísimo Rey del Cine, que apenas se plegaba a algunos efectos de ruido y onomatopéyicos. Como siempre, la estática teatral de su cámara estaba subordinada a una puesta en escena tremendamente dinámica por una composición dentro del plano en la que el referente indiscutible era el agitado hombrecito enamoradizo y justiciero, representante para siempre jamás de lo que significa ser bueno.

Siempre se ha polemizado mucho sobre la disputa de estilos con Keaton, pero ambos son compatibles y más bien complementarios. Hoy en día Jim Carrey o Ben Stiller son más deudores del genio del inglés, mientras que Paul Thomas Anderson y Adam Sandler brindaron un homenaje en todo regla al segundo en Punch-Drunk Love.

La película es gozosamente hilarante, y contra el parecer de Borges, que ya ciego continuaba yendo al cine tal era su pasión cinéfila, los personajes secundarios son inmensos en su estilizada presentación: el ricachón suicida y borrachín que sólo recuerda a Charlot cuando está beodo; el boxeador impasible y rocoso al que Charlot burla en un combate-ballet inolvidable.



Y el plano final, tan lejos del happy end usual, con el estremecimiento del reconocimiento en la ciega vuelta a la visión que se encuentra con su héroe, tan monstruoso.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Charles Spencer Chaplin hizo esta película en un momento a priori dificil, ya que el cine mudo comenzaba a ser reemplazado por el cine sonoro, pero una vez más, Chaplin demostró que "una imagen vale más que mil palabras". Reirás, llorarás y pensarás. Pero aún no riendo, llorando, o pensando, te gustará, porque esta película brilla con luz propia, con luz de ciudad.

¿? dijo...

Actualmente, al menos en el plano artístico, leer críticas de este tipo son casi una 'quimera de oro', no en vano los galeristas se cuidan muy mucho de que sus protegidos tengan buenas críticas, y yo me pregunto, ¿a cuánto se pagan estas alabanzas?

Anónimo dijo...
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