Luis Aragonés le ha copiado la estrategia a Ludwig Wittgenstein. El sofisticado vienés y el cazurro castellano parecen estar en los dos extremos opuestos de las categorías primates. Pero ambos comparten una moral de platino iridiado y una inteligencia práctica a prueba de modas. Cuando W. abandonó la filosofía por imperativos filosóficos se largó a un pueblecito de rústicos a ejercer de maestro que combinaba los nuevos métodos pedagógicos con los viejos incentivos del pescozón y el tirón de pelos. En un momento dado tuvo ocasión de volver a ejercer de ingeniero. La fábrica del pueblo dependía de un motor que se congeló y no había forma de volver a ponerlo en marcha. W. le echó un vistazo y colocó a cuatro hombres con sendos martillos que obedeciendo sus órdenes tenían que golpear con el martillo en un lugar determinado según una determinada secuencia: uno, cuatro, tres, dos…
Del mismo modo A. ha colocado a sus hombres siguiendo una secuencia de toque de balón que va desgastando la maquinaria del equipo contrario hasta que tras mucho golpear termina desarmándose. Ayer se enfrentaba la selección española al desafío más duro porque, del mismo modo que en el caso italiano, los alemanes tienen la armadura mejor ensamblada. Se trata de no perder la paciencia y seguir golpeando rítmicamente: uno, cuatro, tres, dos…
Me temí lo peor en los primeros minutos. Como en la célebre batalla de perros y hombres descrita por Ernst Jünger en Sobre los acantilados de mármol nuestros lebreles parecían que iban a ser destrozados por los bracos germánicos. Pero rápidamente apareció nuestra línea defensiva de molosos que pararon la embestida. Desde ese momento y hasta el final el equilibrio entre la sabiduría y la rapidez de nuestros lebreles y la contundencia sin violencia de nuestros molosos, no por fortaleza pero sí por masa y acometividad superiores a los bracos, desmanteló al Cerbero futbolístico.
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