Costa Gavras sobre el reverso tenebroso del capitalismo

El capitalismo suele suscitar durísimas invectivas o arrebatados panegíricos. Dado que es un fenómeno social complejo, con derivadas económicas, políticas y morales que se entrecruzan en ocasiones de forma contradictoria, a veces virtuosas, en otras viciosas, hay que tener precaución tanto con los apocalípticos del sistema como con los integrados del mismo que, como fieles de una causa, se lanzan al vituperio o el ditirambo sin demasiada reflexión ponderada y con mucho apasionamiento vacuo. 

Costa Gavras pertenece al bando de los apocalípticos pero le salva de la astracanada y el trazo grueso un elevado sentido del humor que le da un poco de vaselina a sus tesis pesimistas sobre la deriva del capitalismo como horizonte de nuestro tiempo. Si en Arcadia mostraba, corrosivo y sarcástico, un sistema laboral donde la competencia meritocrática llevaba como consecuencia lógica al asesinato, en El capital se introduce en las tripas de las grandes corporaciones financieras donde el abuso de poder en el mercado y el mercado negro de la información privilegiada entre magnates, políticos y académicos corrompe ese fair play por el que tanto clamaba Adam Smith (a estas alturas un peligroso socialista) porque sabía que sin unas reglas éticas estrictas y unas leyes estatales poderosas la deriva de la corrupción moral asociada a la riqueza y el poder llevaría a todo el sistema económico de libre mercado a eso que llaman sus enemigos "la dictadura de los mercados".

 En la mejor tradición del Billy Wilder que se atrevió con la sátira política en Uno, Dos, Tres..., Costa Gavras le da una vuelta de tuerca humorística a Margin Call. Y cuando vemos como Botín ficha a Rodrigo Rato para su banco sospechamos que es un guiño cinéfilo el que nos hace don Emilio como diciéndonos "yo también he visto El capital. Y que tiene razón Costa Gavras cuando le hace decir a su héroe de las finanzas: "somos los nuevos Robin Hood: le quitamos su dinero a los pobres para dárselo a los ricos".