"Las ideas son menos interesantes que los seres humanos que las inventan" FranÇois Truffaut

domingo, noviembre 03, 2013

Gravity. La maravillosa gravedad del ser

Tras el biopic de Hannah Arendt, el estreno de Gravity, de Alfonso Cuarón, nos ha permitido continuar sumergidos en la filosofía arendtiana.  Porque la filósofa alemana, en los tiempos de tecnologización masiva que amenaza con deshumanizarnos,  insistió en que antes de soñar con conquistar el espacio exterior todavía nos quedaba la tarea ciclópea de hacer habitable nuestro propio planeta, de hacer del mismo no sólo un alojamiento sino un hogar.  Sorprendida cuando coincidiendo con la llegada a la luna alguien habló de una liberación de "la cárcel del planeta Tierra", Arendt comprendió que, en un sentido retorcido y perverso, con el lanzamiento del Sputnik (1957) y la llegada a la luna (1969) se había roto la premisa de la condición humana que nos ataba a ese planeta denominado "Tierra" precisamente porque era en la tierra y no en el elemento dominante,  el mar, donde los-animales-que-ponen-nombres llevaban a cabo su vida.



Gravity es un prodigio visual, una explosión de efectos especiales que en su versión 3D alcanza un clímax de sentido y belleza que ha dotado de significación a lo que hasta ahora no pasaba de ser un divertimento para niños.  Pero más allá de la apoteosis a la Méliès -que reivindica el gozoso hecho del cine como espectáculo de masas en la oscuridad de una sala cinematográfica y proyectado en una blanca pantalla gigante- Gravity es una recordatorio arendtiano de que el ser humano es un paradójico ser que aunque su destino final sea la muerte, sin embargo, no es, como pretendía su maestro Heidegger, un ser-para-la-muerte sino que ese ser-arrojado ("dasein") en el mundo con conciencia es, antes de nada, un ser-para-la-innovación, ser-para-los-otros, un ser, en defintiva, para-la-vida.



El personaje interpretado por Sandra Bullock -nunca ha estado tan bella ni ha sido una mejor actriz- transita del dolor existencial a un nacimiento simbólico. Precisamente gracias a un acto de comunicación en el que a través de palabras que no entiende y el llanto de un bebé -un inicio absoluto como gustaba en decir Hannah Arendt siguiendo a Virgilio-, despierta de su letargo emocional en el que se comportaba como una máquina, vinculada por una especie de cordón umbilical artificial a una tecnología tan poderosa como estúpida, con esa inteligencia boba de los gadget a la moda.



Ese bebé que llora liga directamente Gravity con 2001, una odisea en el espacio, la película en la que Kubrick jugaba la carta conceptual allá donde Cuarón lo apuesta todo a la mano emocional.  Perfectas en su complementariedad, tanto Gravity como 2001 -o en otro sentido, Blade Runner- son advertencias sobre la maquinización de la esencia humana a través de una indigestión de tecnología, cuando el ruido y la furia de las gadgets nos ocultan el sonido mucho más tenue de aquello que nos hace realmente humanos. En última instancia, en esto sí acertó Heidegger, se trata de una comunión sofisticada con la naturaleza y la tierra que no se pervierta, como le sucedió al filósofo alemán, en una negación nihilista del progreso tecnológico dentro, eso sí, de los límites de la razón natural.

Cuarón nos ha hecho palpitar la nostalgia de la casa Tierra sin salir de ella, cuando hemos contemplado,  sentido, la agonía de la soledad del espacio infinito, en el que flotamos sin gravedad en dirección a un vacío tan físico como metafísico.


1 comentario:

Anónimo dijo...

no hay nada de Heidegger ni de Arent en esta película.