"Las ideas son menos interesantes que los seres humanos que las inventan" FranÇois Truffaut

martes, octubre 27, 2015

37 días para la próxima Guerra Mundial

37 días es una serie de la BBC que recrea el período entre el asesinato del archiduque Francisco Fernando de Austria a manos de un separatista, el bosnio Gavrilo Princip asesorado por oficiales serbios de la organización Mano Negra, y el estallido de la I Guerra Mundial.  Entre el 28 de junio y el 4 de agosto de 1914 en los gobiernos de Londres y Berlín se jugó una partida de ajedrez en la que los movimientos eran muchas veces a ciegas entre los principales protagonistas, por el lado pacificador, el liberal ministro de Exteriores británico, Edward Grey, mientras que en la trinchera militarista dirigía sus peones Helmuth Johann Ludwig von Moltke, el jefe del Ejército alemán.



Fundamentada en un profundo trabajo de documentación en el que se investigó cada entrevista personal, llamada telefónica, carta o telegrama (verán qué risas en el futuro con los emails de Hillary Clinton o los whpp entre Obama y Merkel), la serie nos introduce con una verosimilitud rayana en lo documental en las conversaciones, conspiraciones, conjuras y debates -entre cenas de alto copete, reuniones del gobierno, desayunos continentales y partidos de cricket- que condujeron, entre el azar y la necesidad, a que se desencadenase una guerra que obedecía a la lógica perversa de la ambición y la supervivencia, la fe y la ideología.



Aquel 28 de junio había un par de hombres que soñaban con la guerra a toda costa.  El resto de europeos no querían embarcarse en un conflicto tan insignificante como parecía el avispero serbio-croata-bosnio-esloveno-montenegrino-macedonio.  Pero el Kaiser de Alemania, Guillermo II, pretendía poner a su país en el centro del tablero, como nueva potencia no sólo emergente sino también dominante, discutiendo a Gran Bretaña su papel de líder mundial.  Por otra parte, el general Moltke iba más allá de la visión geoestratégica de su monarca y apostaba no solo por la primacía sino también por un imperialismo expansionista hacia los países del este.  O eslavos o teutones, aducía, para justificar como si fuera un conflicto en defensa propia lo que iba a ser una de las declaraciones de guerra más arbitrarias jamás realizadas.



El azar viene dado por ese extraordinario momento en el que el coche del archiduque se extravía por las calles de Sarajevo hasta ir a parar hasta la cafetería donde el terrorista a fuer de nacionalista está ahogando en un café la rabia y la resignación por no haber llevado a cabo su plan de asesinar al odiado jerarca austríaco.  Pero, debió pensar, el destino quiso remediar lo que la voluntad había desechado.

La serie también es una reivindicación de un joven Winston Churchill que es el único que se sobrepone a los dogmas de liberales y a los prejuicios de socialistas que les impiden enfrentarse a una realidad que sobrepasa sus esquemáticos programas políticos, siendo el odio al Estado y a la burguesía las respectivas excusas para tratar de evitar una guerra que llamaba a sus puertas con la determinación de un bulldozer.  Dos no pelean si uno no quiere pero también es cierto que si uno sí quiere y el otro se queda quieto, a este último le van a dar una paliza no tanto por débil sino por idiota.  Con Churchill, y la tardía reconsideración del carismático David Lloyd Weber de apoyar al meditabundo H. H. Asquith, la voluntad y la visión de Moltke se encontraban equilibradas en el terreno británico, mientras que la supremacía técnica alemana se compensaría con el número de efectivos ruso y el nacimiento de Estados Unidos como potencia imperial, venciendo la propia dinámica aislacionista y provinciana de sus fundadores.



Con esa ambientación histórica tan Retorno a Brideshead (o para lo más jóvenes, Downton Abbey) de las britseries, la productora Hardy Pictures cuenta con la participación de esos actores tipo Ian McDiarmind (el Emperador de "Star Wars") o Tim Piggott-Smith ("V de Vendetta") que parecen haber vestido de frac y levita hasta en sus orgías en Oxford y Cambridge (ver Piggate).  Intenté ver sólo un capítulo de los tres que componen esta miniserie pero me fue tan imposible como a Churchill dejar de declarar la guerra a Alemania en cuanto le daban la más mínima oportunidad.

La serie es una puesta en imágenes de lo que Popper llamaba “la miseria del historicismo”.  En más de una ocasión la moneda que decidía el curso de los acontecimientos estuvo a punto de desencadenarse contra la guerra.  Aunque finalmente salió cruz, los guionistas de la serie son maestros a la hora de poner de manifiesto la nimiedad de los detalles que pueden resultar decisivos.  O cómo al desenvolvimiento del Espíritu Absoluto del que hablaba Hegel se oponen los cisnes negros made in Nassim Nicholas Taleb.  La ambición de la serie es recoger el testigo de lo que según Popper es la tarea del sociólogo “dar una explicación causal de los cambios sufridos en el curso de la historia por entidades sociales”.

Y, con cuidado de no caer en las miserias que denunciaba el filósofo austríaco, no podemos dejar de pensar, al ver al Kaiser alemán ambicionar la guerra para imponer un Reich en toda Europa a través de la marioneta del Emperador Francisco José I, cómo un humilde, a la vez que soberbio, soldadito austriaco tratará de hacer lo mismo sólo que empezando por poner a sus pies una Alemania humillada y ofendida tras el Tratado de Versalles.  



Tampoco puede uno dejar de pensar en el polvorín actual de Oriente Medio, en el que los destinos cruzados de Israel, Estados Unidos, Siria, Rusia, Irán, Irak, Turquía, Europa -con China mirando a todos por encima de los Urales- puede en cualquier momento, a golpe de twitter en los iPhones y con un nuevo dueto entre Shakira y Francisco en la ONU, desencadenar una nueva Guerra Mundial.  En esta ocasión, sin embargo, no quedará nadie para contarlo, ni siquiera la BBC.

PD.  La serie puede verse en Filmin.

1 comentario:

Anónimo dijo...

No sé si el comentario se refiere a una de las visiones, la de la serie, de la guerra o es que solo ha leído una literatura sobre la misma. Sorprendente que no cite a Rusia o Francia como actores fundamentales del proceso. Visión parcial donde las haya e incompleta aunque parezca evidente que Alemania estaba muy interesada en una guerra. Más cerca de la propaganda que otra cosa.