En LD he escrito un artículo que en una semana ha pasado de ser casi imposible a ser una utopía. España ha muerto. Punto. La agonía de Rajoy va en paralelo a la agonía de España, como nación y como Estado de Derecho. Sánchez no hará sino dar la puntilla a una situación de humillación y deconstrucción de lo español que se lleva años realizando en España. El Estado de las Autonomías fue un buen y honorable intento de acoger dentro de un proyecto común a los nacionalistas. Pero ha sido imposible por la deslealtad de los independentistas vascos y catalanes. No deja de ser paradójico que la derrota del terrorismo se haya producido en paralelo a la victoria del golpismo. Pero la culpa no ha sido de los nacionalistas, que jamás han engañado a nadie, sino de los propios españoles que llevan años, salvo excepciones, escondiendo la cabeza ante el desafío nacionalista, ignorando el racismo de Arzallus o Pujol, con los que se ha pactado y negociado sin rubor. Los españoles llevan años haciendo la ola a gente como Jordi Évole o Iñaki Gabilondo que han ido desde los medios erosionando la confianza en las instituciones democráticas a través del dogma del "diálogo" con los xenófobos y los violentos.
Mi artículo va sobre lo que puedo haber sido y no fue. Una España unida en el orgullo por unos valores constitucionales ejemplares y una digna tradición histórica. Lo escribí antes del anuncio de la moción de censura que une a los socialistas con la extrema izquierda y los golpistas. Si lo llego a saber, no me molesto. La izquierda ha cometido el mismo error que en el 36, aliándose con los enemigos de los valores democráticos y de lo que significa España históricamente, porque nunca ha superado el complejo de inferioridad patriótica. Alfonso Guerra se ha recuperado hace poco pero ya es tarde. Hoy España ha perdido definitivamente Cataluña y el País Vasco. Como habrá pensado Zidane al despedirse del Real Madrid, fue bonito mientras duró
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