"Las ideas son menos interesantes que los seres humanos que las inventan" FranÇois Truffaut

lunes, diciembre 13, 2004

Lobo entre tigres

Y chacales, y ratas, y cenutrios. Lobo, la película sobre las andanzas del topo infiltrado en ETA a mediados de los 70, es un compedio zoológico de los habitantes del mundillo claustrofóbico de la política real. Específicamente de sus bajos fondos, allí dónde se confunden los zulos y los despachos enmoquetados, y se mezcla el aroma del poder absoluto con el de la cal viva.

El cine español se está reencontrando con el cine de género, una modalidad menospreciada frente a la de cine-de-autor pero a la que habría que prestar mayor atención, sobre todo debido a la raquítica situación de la industria, limitada por un mercado escaso. La comedia disparatada y un poco cutre, a lo Torrente o El día de la bestia, ha resultado ser una excelente manera de conectar con el público, además de ser un producto susceptible de ser exportado con relativo éxito. Y Enrique Urbizo, por otra parte, ha demostrado contundentemente que en España se puede hacer cine negro de calidad con La caja 507 y, sobre todo, con esa esmerada recreación del mito de Centauros del desierto que es La vida mancha.

Lobo, dirigida por Miguel Courtois, sigue la trayectoria marcada por Urbizo. El relato de la guerra de guerrillas en que se empatanaron las dos bandas fascistas en los estertores de la dictadura franquista resulta convincente y bien narrado. La estética nazi-hippie de los etarras, puño en alto, en contraposición a la nazi-engominada de los franquistas, palma al sol, son dos símbolos de una sóla manera de detentar el poder, mediante la violencia y la conculcación de cualquier principio moral.



La película se deja ver con interés, a pesar de alguna que otra imprecisión hueca como el subrayado musical inutil con el se que acompaña al rastro de sangre que deja un etarra (secuencia de intercambio de disparos magistralmente resuelta por otra parte, digna de Michael Mann.) Y al igual que en la primera película de Urbizo en la que el trasfondo de corrupción político-inmobiliaria jugaba un papel dinamizador de la propia trama, aquí las cuestiones políticas de fondo no son un mero adorno estilizado sino que funcionan como multiplicadores de la acción. Así la respuesta racista del líder terrorista Nelson a la pregunta del Lobo sobre qué hacer con los vascos que se “empeñasen” en seguir siendo españoles y hablando español, o en la respuesta, de palabra y acción, del mismo Nelson a la propuesta de Asier, el "ideólogo", sobre la necesidad de cambiar la acción violenta por la estrictamente política.

Como un basurero en el que se bifurcan los distintos caminos de la traición, la mierda acaba salpicando a terroristas y polícias, enfrascasdos en un ajedrez mortífero en el que los peones, como el agente de la secreta Pancho, el ideólogo de ETA o el propio Lobo, son sacrificados en aras de unos ideales que, como quería Machado en su peor verso, valen tanto como las pistolas que empuñan.


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