Le cosían a navajazos, lo ponían de perfil, pero Messi, imperturbable, se dedicaba a correr, fintar, ofrecerse a sus compañeros, en una de las demostraciones más impresionantes que le he visto a un jugador sobre el césped, a algo así, de Stanford Bridge. Sin mover un músculo del rostro se echó al Barcelona, cualquier cosa: Ronaldinho, Etoo, Deco, Márquez, Pujol..., a las botas. Con dieciocho años, 1,69 de altura y sesenta y tantos kilos.
Mourinho lo veía, resoplando, y no se lo creía (el Chelsea vendió cara su derrota)
Hay Mundial. Ya no está tan claro que Brasil se lo lleve de calle.
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