Mientras que en España, por ejemplo, el insulto favorito es "eres un hijo de puta" desde el Quijote al menos, en Estados Unidos lo peor que te pueden decir es que eres un "loser", un perdedor. Pero mientras que el trabajo de tu madre no necesita muchas vueltas de diccionario, la esencia de ser un perdedor no está tan clara. En Whiplash se trata de discernir la cuestión con el ejemplo paradigmático del hombre Charlie Parker transmutado en la leyenda Bird. ¿Fue ese genial saxofonista y juvenil suicida un triunfador del jazz o un fracasado existencial? Damien Chazelle, guionista y director, lo tiene claro en su simpleza: novia formal y pegarle muy duro y muy rápido a los palillos no es compatible.
En la relación sadomasoquista entre un profesor tiránico de una escuela de jazz y un joven aprendiz a la batería de lo que se trata es de defender que el fascismo es el mejor modelo de educación para alcanzar lo sublime. Una mezcla entre marine y monje. Para lo que al parecer hay que beber un mejunje de sangre, sudor y lágrimas. Y no es metáfora. Enfática e histérica, Whiplash es la típica película sobre algo que detestan los que aman ese algo. En este caso, el jazz convertido en una sobredosis de testosterona y malabarismos. Siguiendo el rastro del sargento faltón de Full Metal Jacket cruzado con un doctor House pasado de vicodina, el profesor de la banda de jazz de Whiplash está permanentemente al borde de un ataque de cocaína. Si todo en la película es ridículo y sobreactuado, como si quisiera su guionista y director realizar un ensayo fílmico para dummys de Ayn Rand, un final falsamente triunfador viene a certificar el clásico happy end del Hollywood más castizo y banal.
En la relación sadomasoquista entre un profesor tiránico de una escuela de jazz y un joven aprendiz a la batería de lo que se trata es de defender que el fascismo es el mejor modelo de educación para alcanzar lo sublime. Una mezcla entre marine y monje. Para lo que al parecer hay que beber un mejunje de sangre, sudor y lágrimas. Y no es metáfora. Enfática e histérica, Whiplash es la típica película sobre algo que detestan los que aman ese algo. En este caso, el jazz convertido en una sobredosis de testosterona y malabarismos. Siguiendo el rastro del sargento faltón de Full Metal Jacket cruzado con un doctor House pasado de vicodina, el profesor de la banda de jazz de Whiplash está permanentemente al borde de un ataque de cocaína. Si todo en la película es ridículo y sobreactuado, como si quisiera su guionista y director realizar un ensayo fílmico para dummys de Ayn Rand, un final falsamente triunfador viene a certificar el clásico happy end del Hollywood más castizo y banal.
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